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“No existen fotografías sin misterio. De lo que se trata es de ponerlo al descubierto”. Con esta frase abre Rudy Kousbroek uno de los ensayos breves (una de las “fotosíntesis”) más inspirados de este libro extraño y fascinante, y con ella define también, en un mismo movimiento, la clave fantasmagórica de su arte: una exploración –que tiene mucho de vagabundeo, por lo aleatorio de su circulación– de las distintas formas en que el lenguaje puede relacionarse con el mundo. El secreto del pasado abre un espectro de conexiones inesperadas, de filiaciones y alianzas poéticas que lo incorporan todo (la política, el giro problemático del arte y la técnica, la vida propia y la ajena) como un desvío o posibilidad de la literatura. Lejos de cualquier inclinación hacia la monumentalidad –peligro siempre latente cuando el peso fotográfico del acontecimiento acompaña gráficamente al texto, como en este caso–, Kousbroek tiene una increíble capacidad para la atenuación, para la sustracción de cualquier tipo de énfasis, y en la permanente indagación sobre las formas del misterio en lo real limita un modo del ensayo y la autobiografía que comparte con unos pocos contemporáneos, algunos de ellos ajenos, incluso, a la literatura estrictamente considerada. Como en la obra de W.G. Sebald o Gregor von Rezzori, pero también como en el cine ensayístico de Chris Marker y Jean-Luc Godard, la memoria es para Kousbroek un campo de pruebas donde medir el peso del drama en su sentido personal y universal, un espacio elástico en el que las estridencias del pasado pueden acomodarse al sueño leve del presente para fundar una nueva lógica de la contemplación que entiende el sentido de la fotografía como un deseo por saber, por capturar la gramática esquiva de los acontecimientos. Y si el gran efecto gráfico de la Segunda Guerra Mundial fue despojar a las imágenes de un discurso paralelo al de su objeto, entonces la misión de los artistas del futuro, parece decirnos Kousbroek, es recontextualizar, reescribir la relación de esas imágenes con su época para aplicar visiones personales, instalar planos de la intimidad en una cadena de acontecimientos destinados a sucederse inevitable, fatalmente. A la violencia cronológica de la Historia, Kousbroek contrapone su propio repliegue melancólico, compuesto en partes iguales por la distancia del exiliado y la arquitectura invisible de los temores infantiles. Abre nuevas perspectivas y posibilidades, concentra sus esfuerzos en lograr esa fricción histórica que incomoda y obliga a replantear el sentido, amortiguando el impacto de las imágenes reencontradas para acomodarlas con delicadeza en la tensión del presente. Lo que logra es algo extraordinariamente simple y complicado a la vez: la reaparición de una idea en el mundo, el acomodamiento de las palabras de hoy al azar y las señales de otro tiempo, como para confirmarnos una vez más que el fin de una época es también, siempre, el fin de una relación con el lenguaje.
Rudy Kousbroek, El secreto del pasado, traducción de Diego J. Puls, Adriana Hidalgo, 2013, 210 págs.
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