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Kenneth Goldsmith escribe prospectos operativos para una era de autorías efímeras, en la que la noción de originalidad ha sido sustituida por la de “manipulación”. Desde 2004 viene impartiendo una asignatura llamada “Escritura no-creativa” en la Universidad de Pensilvania, trabajando con distintas estrategias de apropiación, copia, plagio, piratería, saqueo y sampleo, que entiende como métodos de composición característicos de nuestro presente digital. Para Goldsmith, Internet ha convertido el lenguaje en “un espacio provisional, rebajado y transitorio, un mero material para ser acumulado, trasladado, transformado y moldeado en la forma más conveniente, sólo para ser desechado más tarde con la misma facilidad”. Esta y otras afirmaciones, muchas veces lanzadas con un ánimo provocador no exento de temeridad, están lejos, sin embargo, de pretender llamar la atención sobre un fenómeno propio del posmodernismo, o de fijar un nuevo límite arbitrario para lo que puede entenderse o no por literatura. Las tesis de Goldsmith prefieren rastrear ejemplos históricos de captura, colección, montaje y transporte de textos como si trataran de ilustrar una idea primigenia que el progreso tecnológico y la era de la información han permitido apreciar de nuevas maneras. Sus citas de William Burroughs, Walter Benjamin, Marcel Duchamp, Ezra Pound, los situacionistas y tantos otros vuelven inteligentemente sobre el concepto del lenguaje como algo principalmente observable, susceptible de precipitaciones y rearmados a la luz de una lógica que se parece mucho a la del arte popular sin autor. Internet parece haber abierto para Goldsmith el reino absoluto de la libertad, aun cuando esto signifique que no haya que escribir más y que haya que limitarse, simplemente, a maniobrar a través de la web con las infinitas cantidades de texto ya existente a cuestas. La capacidad de manipulación de los medios digitales permite ahora mezclar, remezclar y reversionar a escala global, y esa facilidad está obligando a pensar, una vez más y desde cero, el acercamiento entre literatura, diseño y tecnología que viene dándose desde principios de los años cincuenta con la aparición de la llamada “poesía concreta”. Podrá convenirse que los ejemplos que da Goldsmith no están, a veces, a la altura de sus ideas —y, en ese sentido, quizá acordar en que no es lo mismo el arte de la sustitución de Sol LeWitt que la poesía forense de Vanessa Place o la metaliteratura clínica y suicida de David Markson, todas prácticas extremas aunque no necesariamente iguales o parejas en sus resultados estéticos—, pero resulta innegable que ha sabido encontrar y explicar los orígenes históricos de formas artísticas en pleno desarrollo, que esta era de hiperconectividad está llevando a extremos impensables.
Kenneth Goldsmith, Escritura no-creativa. Gestionando el lenguaje en la era digital, traducción de Alan Page (revisión de Mariana Lerner), prólogo de Reinaldo Laddaga, Caja Negra, 2015, 336 págs.
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