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Una esperable técnica de interpretación de cualquier mirada relativamente teórica es la genealógica. Para poder entender la producción literaria de tal o cual autor, lo ponemos siempre dentro de un plan familiar: de quién es hijo o hija, cuál sería su descendencia, cuáles son los traumas que su pluma actualiza o “supera”. La mirada genealógica importa mucho en la crítica argentina porque, de Contorno en adelante, la pensamos siempre en relación con la desobediencia frente a un discurso (del) padre: si algo nos han enseñado los parricidas de esa revista es que conviene encontrar en los mayores a los enemigos. Y en ese gesto, también, sobrecargar de tintes políticos el ajuste de cuentas. Hay dos cosas inevitables en la Argentina y en su crítica y teoría literaria: el psicoanálisis y la política. Marcos Zangrandi, en Familias póstumas, parece llevar esta técnica interpretativa a su más cerrada expresión.
Vayamos al hecho determinante: la quema de locales el 15 de abril de 1953, cuando partidarios del peronismo prendieron fuego la Casa del Pueblo, la Casa Radical, diversas sedes del Partido Intransigente y el Partido Demócrata y, finalmente, el Petit Café y el Jockey Club. Todo como respuesta a un atentado llevado adelante en la manifestación convocada por la CGT ese mismo día. Desde la perspectiva de Zangrandi, esta serie de atentados marca un antes y un después en el primer peronismo, pasando de un relativo estado de consenso y paz a un “peronismo de trinchera”, con una posición más beligerante contra diferentes elementos de la sociedad que desencadenará (¿se resolverá en?) el golpe de Estado de 1955. La recuperación de este hecho histórico impacta en la producción literaria de tres escritores: David Viñas, Manuel Mujica Lainez y Beatriz Guido. En sus novelas, de una u otra manera, el hecho pasa de ser recuperado casi literalmente (como en la novela El incendio y las vísperas, de Guido, aparecida en 1964) a transformarse en una metáfora rectora que determina el tratamiento de lo familiar en esos textos. La figura del gran padre ausente, la destrucción de los espacios “familiares” (como sucede en La casa de Mujica Lainez) o el ajuste de cuentas con lo paternal (exagerando un poco, toda la literatura y producción crítica de Viñas) transforman todo el entorno de la familia en una reproducción microscópica del ámbito político en el cual estas novelas aparecen.
La forma de entender este modo de articulación entre literatura y política es apelar al concepto de “cultura”, un mediador poco espeso que habilita el pasaje de lo que sucede en los avatares de la patria y en las obras de estos autores. Quizás allí habría que leer la especificidad de la producción de Zangrandi. La mayor parte de sus observaciones sobre determinados libros recae en aspectos temáticos a partir de ejes como el de la reorganización de lo público y lo privado o los modos de actualización de la infaltable dicotomía de cuño sarmientino civilización/barbarie. Esa es tanto la fortaleza como la debilidad de la lectura de Zangrandi: lo literario es más documento de cultura (eufemismo de sociedad) que una disciplina que puede, quizás, establecer otro tipo de mecanismos, de procedimientos, que pongan en conflicto estos aparentes acercamientos entre dos esferas relativamente distantes. Quizás la gran obsesión de la interpretación nacional, antes que el familiarismo psicoanalítico o la insistencia de lo histórico, sea la necesidad de transformar todo en restos pampeanos del incendiario peronismo recuperados por una arqueología sociologizante. Bien podemos decir, una lectura familiar.
Marcos Zangrandi, Familias póstumas. Literatura argentina, fuego, peronismo, Ediciones Godot, 2016, 284 págs.
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