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George Steiner, que en un libro anterior se ocupó de la tristeza del pensamiento, se concentra ahora en su poesía. La enormidad del tema apenas lo intimida, mientras pasa revista a siglos y siglos de historia de la cultura en busca de “los contactos sinópticos entre argumento filosófico y expresión literaria”, esos momentos en que la filosofía se aliena en dirección hacia la poesía para encontrarse o desencontrarse a sí misma, y viceversa. ¿Hay entre poesía y pensamiento un “exultante antagonismo”, como supo decir Blanchot? ¿La relación es de iluminación recíproca o de puro malentendido, de flirteo intrascendente o de suspicacias sin fin? No faltan entusiastas a la hora de borrar los límites entre la forma estética y los contenidos epistémicos, entre el austero esqueleto lógico o argumental y esa vibración retórica ineliminable que Frege desestimó como mera “coloración” del lenguaje. Derrida recomendó considerar la filosofía como un género particular de literatura y pugnó por un concepto ampliado, una noción de textualidad general o “archiliteratura”; después de Borges, no podemos dejar de considerar la metafísica como una de las ramas, acaso la más fastidiosa, de la literatura fantástica; de la incapacidad de la filosofía para prescindir de la metáfora hizo Hans Blumenberg la clave de su pensamiento. Pero el libro de Steiner no festeja la tautología entre filosofía y literatura. Más bien intenta acercarse, mediante un elenco de autores que comienza por Heráclito y acaba con Paul Celan, al centro común donde un pensamiento nuevo alumbra a su vez un modo inédito de utilizar el lenguaje poético, para ilustrar los modos en que esa pareja primordial –poesía, pensamiento– pleitea cuerpo a cuerpo, se distancia hasta lo antagónico o, amorosamente, se corteja. Steiner se ocupa así de diálogos cardinales y malentendidos tenaces, al tiempo que denuncia caducidades y vigencias. Si bien no es raro que el pensamiento envejezca mientras el estilo se mantiene flamante, lo más habitual es la debacle conjunta: “La filosofía pervive en virtud de la realización estilística”. Como otras veces, Steiner da forma acabada a ideas que el lector vislumbra pero posee aún en borrador o en la bruma indefinida de las lecturas pendientes. Epítetos felices, adverbios que son un regalo, una prosa rítmica y mesurada: no hay página sin algún hallazgo inesperado ni párrafo donde no quepa reencontrar cuestiones semisabidas, transubstanciadas ahora por una formulación radiante o por su vecindad con doxas más raras. Es que, aunque el camino está empedrado de tópicos, la pisada es personalísima. Décadas de lectura y el milagro de una sensibilidad crítica ya sin ataduras apenas explican cómo un ensayo tan ameno puede ser, a la vez, tan escrupuloso.
George Steiner, La poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan, traducción de María Condor, Siruela / Fondo de Cultura Económica, 2012, 231 págs.
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