El sociólogo británico Nikolas Rose es titular del Departamento de Ciencias Sociales, Salud y Medicina del King’s College de Londres. Su libro es un ejemplo de erudición y falsa modestia. Sin ser un optimista, ignora cierto catastrofismo desatado por determinados lobbies –religiosos, muchos– cuando, hace unos diez años, el desciframiento de la secuencia del genoma humano y la clonación parecían estar al alcance de las manos, reguladas por comités de ética que producían papers que nadie leía. En ese tiempo, las empresas estatales y privadas que financian esas investigaciones discutían resultados, criogénesis, inmortalidades.
Ese tiempo se terminó. Rose es un académico, un hombre de negocios, un especialista en comunicación institucional. Es un estudioso que sabe que el sintagma “naturaleza humana”, bajo el fuego de la información en tiempo real, ha convertido la esencia del hombre según el modo de producción y los intercambios del mercado. Por supuesto, en su libro se cuidará de definir cuál es (y cuál era) esa esencia exactamente. En la sociedad del espectáculo, ¿importa saberlo? Las cirugías, la dietética, el slow food, la juventud eterna, representan el aire de la época. ¿Se ha perdido la intimidad? ¿Hay más viejos que jóvenes para aportar al fisco? Se ha ganado en salud y seguridad pasando por encima de políticos profesionales que no saben qué hacer con la técnica, sentados en sus curules, diagramando esquemas de gestión provincianos, para una sociedad disciplinaria que no termina de morir. El Estado benefactor cumplió su ciclo, pero nadie sabe bien en qué clase de fangal chapotea.
¿Pero qué dice el doctor Rose? Estamos en los comienzos de una mutación antropológica. La metamorfosis empezó con los antibióticos, la anestesia, los trasplantes, las píldoras para el humor, el escaneo de los órganos, la prevención. “La política vital de nuestro siglo (…) no se encuentra limitada por los polos de salud y enfermedad, ni se centra en eliminar patologías para proteger el destino de la nación. Antes bien, se ocupa de nuestra capacidad, cada día mayor, de controlar, administrar, modificar, redefinir y modular las propias capacidades vitales de los seres humanos en cuanto criaturas vivas”.
Parece encantador, pero nuestro hombre argumenta generalidades e ignora la pregunta con la que insiste Toni Negri: ¿quién controlará esas tecnologías, que apuntan a maximizar la potencia cognitiva, sabiendo que esa potencia es parte de lo común de la especie, si detrás de Rose se agazapan, en la Argentina, ex sacerdotes reconvertidos en profesores, advenedizos y productores alienados a un producto, el conocimiento, ese inmaterial que empieza a cotizar en bolsa y a financiar candidaturas electorales?
Nikolas Rose, Políticas de la vida. Biomedicina, poder y subjetividad en el siglo XXI, Unipe, 2012, 580 págs.
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