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Los que sobraban

Götz Aly

TEORÍA Y ENSAYO

Un ejemplo del estrago que constituyó el Tercer Reich para la lengua alemana lo da el hecho de que una de las acepciones de la palabra Euthanasie sea el eufemismo nacionalsocialista referido al asesinato sistemático de enfermos y discapacitados. En Los que sobraban, el alemán Götz Aly ha escrito una historia del programa de eutanasia que se cobró la vida de más de doscientas mil personas, en su mayoría alemanes, entre 1939 y 1945, haciendo foco en las expresiones con que los nazis definieron y buscaron encubrir eso que no fue el prólogo sino el primer capítulo del genocidio.

Con fecha 1 de septiembre de 1939, el inicio de la Segunda Guerra Mundial, Hitler firmó un decreto por el que autorizaba a determinados médicos a facilitar una “muerte piadosa” [Gnadentod] a “enfermos incurables”. Preocupados no sólo por los resultados de su política eugenésica, los nazis hablaban de “ahorrarse las bocas inútiles”, pensando en los recursos que economizaría el Estado sacándose de encima a individuos no aptos para el trabajo. En los establecimientos de la llamada “Acción T4” (nombre que provenía de la Tiergartenstrasse 4 en Berlín, donde el servicio tenía su sede) se empezó a dar inyecciones de Luminal a niños y niñas con discapacidades graves; al poco tiempo se implementó el uso letal de monóxido de carbono en la parte trasera de camiones, y fue en esos mismos centros donde se construyeron las primeras cámaras de gas y se formaron muchos de los verdugos que recalarían luego en los campos de exterminio.

Basándose en una profusa documentación que incluye memorandos, cartas, historias clínicas, datos estadísticos e incluso testimonios de algunos sobrevivientes, Aly describe un panorama a partir del cual infiere que la aceptación implícita del asesinato de sus compatriotas por parte de muchos alemanes fue lo que les permitió a los dirigentes nazis darse cuenta de que podrían cometer crímenes todavía peores sin que llovieran sobre ellos protestas significativas. La existencia de ciudadanos que aceptaron de manera tácita que sus hijos o familiares enfermos recibieran ese tipo de “tratamiento”, y la elusión de responsabilidades con que el Estado habilitó a los médicos, enfermeras y demás actores involucrados en la matanza, dejan ver lo “camufladamente pública” que esta fue y la complicidad social que la sostuvo.

La tendencia a la automutilación de la ciudadanía alemana ya se había hecho patente con la ley de esterilización forzada, que alcanzó a trescientas cincuenta mil personas en los primeros años del régimen nazi. E incluso luego de que Hitler suspendiera formalmente, en agosto de 1941, el programa de eutanasia, hubo ancianos en residencias geriátricas y hasta soldados malheridos que recibieron inyecciones letales a los fines de un “aprovechamiento óptimo de las camas”. Con datos como estos el autor busca demostrar una de las hipótesis fuertes de su libro: que el programa de eutanasia no tuvo como principal objetivo la limpieza racial, sino antes bien una finalidad económica, utilitarista.

Una síntesis de esto la constituyen los experimentos con seres humanos y lo que los médicos del T4 hacían con los cadáveres (hay citada una carta de Paul Nitsche, uno de los máximos responsables, en la que acusa recibo de “697 cerebros”). En este sentido, que los crímenes médicos que continuaron Joseph Mengele y otros tuvieran su origen, al igual que la modalidad de la política de exterminio, en el programa de eutanasia, habla a las claras de la centralidad del tema sobre el que Aly ha escrito un libro imprescindible.

 

Götz Aly, Los que sobraban, traducción de Héctor Piquer Minguijón, Crítica, 2014, 368 págs.

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