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Dealer em Nova Iorque, sambista en la favela carioca Mangueira, exiliado tropicalista perdido en los sixties londinenses, exótico menino brasileiro en Washington DC, nieto de anarquistas, jovencito de pantalones cortos sentado a la mesa de los artistas y poetas concretistas paulistanos, miembro de la paradigmática secesión neoconcretista, vagabundo y aristócrata, libertario, políglota, callejero, herói e marginal, la figura de Oiticica alimenta las más variadas mistificaciones y paroxismos autopromocionales de la escena artística brasileña de las últimas décadas.
Para Oiticica, el arte era rock y rock is loud. En sus escritos se puede leer un interesante statement: cuando se baila rock se prescinde tanto de un saber profesional como de toda herencia folclórica. Los procesos de transmisión se interrumpen y se ingresa al aquí y ahora de un “estado de invención”: la danza es reinventada por quien baila y el bailarín es reconfigurado por la danza. Mediante cierta pérdida de sí, cierta disolución en un hábitat embriagador, se pierde la forma humana en un rito sintético, artificial, culturalmente deslocalizado. Sus consideraciones sobre estos estados de invención que transmutan las relaciones entre sujetos y entornos direccionaron las búsquedas ambientalistas de sus últimos años: Parangolé, Bólide, Penetrável, Cosmococa son las postas más conocidas de su derrotero.
Pero el mito y su branding no nacieron con Hélio. En 1980, año de su muerte, el comparsa rumiaba amargamente la incomprensión de sus compatriotas: “la indiferencia que pude observar hacía mí (y en cuanto a mí) es la materia muerta de los que perdieron o alienaron cualquier don creativo”. Más de treinta años después, aquella materia muerta dio paso a un terreno fértil donde cultivar sendas reivindicaciones retrospectivas. En el lugar común de las genealogías, Oiticica y Lygia Clark se erigieron como los bisabuelos de una saga que enlaza la generación de Tunga, Waltercio Caldas y Cildo Meireles, la de Ernesto Neto y Fernanda Gomes hasta la de artistas veinteañeros, cariocas y no cariocas, que aún invocan su nombre.
Dos generaciones de investigadores sobre su obra, múltiples exhibiciones en el ámbito brasileño producidas desde los noventa, una serie de exposiciones que proliferaron por las principales ciudades del circuito artístico internacional en 2000 —entre ellas, una que recaló en el Malba— dejaron como saldo la definitiva institucionalización de su figura, junto con encendidas épicas localistas y sorprendidos descubrimientos de talante exotista. Estas miradas opuestas olvidan el vínculo siempre oblicuo de Oiticica con sus sucesivos sustratos: extranjero en la Mangueira, extranjero en Londres y Nueva York, extranjero en su Río natal, extranjero en la abstracción geométrica, el pop y los diversos conceptualismos. No demasiado tarde, llega por primera vez a las costas del Río de la Plata este pequeño libro que compendia entrevistas y escritos del artista; el jeroglífico del errante carioca alcanza un nuevo puerto.
Hélio Oiticica, Materialismos, selección y traducción de Teresa Arijón y Bárbara Belloc, Manantial, 2013, 192 págs.
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