La megalomanía que acompaña a algunos museos fija su dimensión ampliada en el espacio. La propuesta de Graciela Montaldo, en cambio, se despliega en tiempos: el tiempo que le llevó curar las muestras colgadas en un inmaterial archivo nacional siempre incompleto de la cultura de masas, tendido en lugares imaginarios en los que se rastrean retazos materiales de lo que aún no fue hallado o combinado; y el tiempo que recorre la escritura, que circunscribe un período que va de fines del siglo XIX a principios del XX. Si la mirada que abarca cualquier pasado parte del presente, aquí la perspectiva se vuelve programática a partir de algunas teorías de las últimas décadas en las que Montaldo advierte una repolitización del pensamiento estético y cultural que le interesa indagar. En ese diálogo con la teoría, el centro aparece ocupado por Georges Didi-Huberman, algunos de cuyos pasajes dibujan el contorno de lo que ella interroga: “Cuando el pueblo significa la unidad del cuerpo social […] —escribe Didi-Huberman— y funda la idea de nación, su representación es obvia e incluso se impone a todos, pero cuando denota la multiplicidad hormigueante de los bajos fondos […], su figuración se convierte en el ámbito de un conflicto inextinguible” (en Pueblos expuestos, pueblos figurantes).
Ese fragmento puntea el borde de la exposición porque enlaza dos objetos. Por un lado, uno que se construye sobre una vasta y persuasiva presentación de materiales que pertenecen al universo de la cultura de masas y que son abordados con un lúcido modo de coserlos o separarlos de los discursos que circularon valorándolos con fascinación o resquemor. Es un objeto que, al ser abierto, consigue como efecto de lectura una sorpresa en la exposición de situaciones, prácticas, acciones y fantasías: el tango, el circo, el teatro nacional, la poesía de Boedo, los discursos sobre los trabajadores y el mundo del trabajo, los sucesos de la Semana Trágica. Luego, el otro objeto del Museo es más arriesgado: revisando y construyendo su archivo con claridad y familiaridad, trata de lo que —tal como aparece en el “Prefacio” de Las palabras y las cosas de Foucault— podríamos llamar “la mesa de disección”, el espacio de encuentro sobre el cual los materiales se disponen. Ese lugar es aquí la política, entendida como factor de diferenciación. La cultura masiva, dice Montaldo, no pertenece a un sector social específico, pone en contacto diferencias y zonas de confrontación.
Un museo despliega y delimita series de objetos. Estas, lo sabemos, están organizadas por agentes que, de acuerdo con un conjunto de prescripciones institucionales, seleccionan y ordenan. Pensando la noción de masividad desde lo que tiene de problema y significante vacío, el libro señala un hueco en el que explorar lo político como voz que instaura el reparto de lo archivable. Y al hacerlo, deja ver las violencias con las que esa distribución fue configurándose mientras decidía y ordenaba, a la vez, los significados y alcances de lo masivo.
Graciela Montaldo, Museo del consumo. Archivos de la cultura de masas en Argentina, Fondo de Cultura Económica, 2016, 387 págs.
Hace años, Enrique Symns glosaba la paranoica teoría de Burroughs sobre el lenguaje como sistema virósico: “Los virus orales no son por hablar, son por escribir y...
Desde hace muchos años, los habitantes de los países centrales, aunque no solamente ellos, se dividen en “legales” e “ilegales”. La ciudadanía que algunos poseen...
Los ensayos de 2022, la compilación editada por la Editorial Municipal de Rosario, se centran en producciones surgidas a partir de 1995, fecha clave ya que...
Send this to friend