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Los textos sobre arte de Oscar Masotta, reunidos y prologados por Ana Longoni en este volumen —que se editó por primera vez en 2004 y ahora reedita Mansalva—, iluminan todo un pasado y acentúan ciertas oscuridades actuales.
Si hay algo que enseñó Masotta fue que todo es importante. Creía en la “evolución” de lo estético y en el pasaje a una era, la de la “nueva imagen”. Le interesaba la redundancia, lo que de tanto sentido produce metáfora. Porque los sentidos ya están ahí: “Las personas no han esperado nunca a los artistas para producir significaciones”. Esperó siempre de la sociedad lo que la sociedad no espera de los artistas.
Hizo happenings para luego renegar bastante de esta palabra, que se había transformado en una estampita saturada que decía y no decía nada. Pero superponer el ensayista al happenista le permitió encarnar la política de la desorientación. En 1966 le pagó a gente de condición laboral precaria para que se quedara parada en una sala del Di Tella por una hora y soportara un sonido insoportable, además de sentirse floreros del espacio. Masotta hizo una introducción, vació un matafuego y se dispuso a mirar a las personas junto al público que había acudido a la actividad. La explicación se la dio a sus amigos de izquierda (muchos de ellos muy conocidos ayer y hoy): “esto fue un acto de sadismo social explícito”.
Su estatuto en relación con el pop es haber sido él el pop. Masotta fue el pop argentino, no fue un estilo sino que fueron unas conferencias. No hubo necesidad del pop en la Argentina porque hubo quien se encargó de sacarlo de quicio y de inventar a través de él la estructura creativa que lo trascendiera. Los artistas que le interesaban eran precuelas del pop, tenían algo del pop en torno al uso o abuso de los materiales, a su mejoramiento o a su manufactura, pero no eran artistas pop con la señalética tan clara. Después de sus ocurrencias, de sus idas y venidas a talleres, a las fronteras de las profesiones donde se vinculaban estilos y estéticas para desvincular diferencias, lo que había sido proyectado hacia el futuro era el conceptualismo, la desmaterialización, las propiedades antifigurativas y no informalistas. El arte entendido como una sociabilidad para terminar con la sociedad.
¿Era un crítico del “arte político”? Más bien estaba tratando de terminar con lo político desde el inconsciente estético popular empujado a la acción. El arte considerado político está hoy en una decadencia especial. Suele suceder con estos nuevos ritmos populares llamados performances que no agotan lo que son en lo que son. Como no alcanzan, tienen que ser registradas y publicitadas por quienes las inventan. Pero entonces ya no irrumpen en ningún lugar sino que se expresan por los medios que condenan, por la lengua social normal. Sus actrices y actores suelen ser, más que performers, narcisistas. Prefieren verse que ver. Prefieren verse que contrariarse. Qué extraño que las personas que suelen referirse a “las masas” nunca se incluyan en ellas.
Masotta era crítico porque pretendía algo más que nombrar a las masas: esperaba en algún momento no tener nombre, la pérdida del nombre en una era realmente social, o sea libre. “Debe de haber en los hechos algún principio sistemático y para hallarlo no hay mejor manera que dejar que los hechos comiencen a ordenarse por sí mismos”. Si hay un origen o un punto de partida, no está al alcance del crítico, está en el azar, en el punto de unión entre lo subjetivo del artista y lo pesado de la historia social.
Oscar Masotta, Revolución en el arte, edición de Ana Longoni, Mansalva, 2017, 264 págs.
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