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El singular libro de Benoît Peeters tiene las características del diario, pero en lugar de consignar allí los avatares de una personalidad o los detalles de una existencia y sus reflexiones más bien se dedica a trazar todos los momentos de un largo proyecto: escribir la biografía de Jacques Derrida. Dicha biografía existe y se publicó al mismo tiempo que estos cuadernos que narran, además de la escritura de esa vida ajena, todos los encuentros, viajes, entrevistas y rechazos que preceden a la redacción del libro. Porque para escribir la vida de alguien, más allá de los archivos y las jornadas de búsqueda en fondos de bibliotecas, en cajas de correspondencia infinita, Peeters advierte que también hace falta vivir en la cercanía de esa ausencia: el objeto de la biografía está muerto (los cuadernos recuerdan que la biografía de un sujeto vivo siempre está al borde del fraude), pero tiene que vivir en la intensidad de su relato.
Tres años con Derrida le hace justicia entonces a su título, porque va mostrando, día a día, los hitos de un acercamiento que podríamos llamar patético, con un desvío etimológico, cargado de simpatía y de empatía, al sujeto de un imprescindible entusiasmo. Un relato de vida frío, basado sólo en archivos y documentos, colmado de referencias, datos y fechas, nunca podría alcanzar la calidez de las mejores biografías, que hacen revivir los momentos decisivos de alguien para otros y para sí mismo.
En este sentido, los atrapantes cuadernos de Peeters, a la vez que nos dejan entrever un modo de trabajo que es una manera de sentirse vivo, proponen igualmente, casi en cada entrada, una reflexión sobre el esquivo género de la biografía, sobre su ilusión de la vida ejemplar o de la existencia significativa, sobre su apego al nombre y al cuerpo de un autor. Por eso, la reflexión indaga en el deseo del biógrafo: ¿por qué escribe, por qué queda cautivo de una indagación apasionante y de un ser al que apenas conoció pero cuyas huellas insisten, proliferan, hablan en muchas bocas todavía?
Esta teoría de la biografía sería una de las virtudes filosóficas del diario de Peeters, pero tiene además virtudes literarias. No es posible dejar de leerlo. Aun sin conocer la vasta vida de Derrida que logró escribir y que se tradujo en su momento al castellano, aun sin haber leído todos los libros de Derrida, cuya legión podrá seguir aumentando sus filas con los años, estos tres, fechados entre 2007 y 2010, se leen con la codicia de lo desconocido, la intriga de saber cómo nuestro héroe abrirá la reticencia de un testigo o sustituirá su voz, cómo va a contar una infancia, una juventud, un éxito y una muerte. Pero no nos atraerán entonces, aunque el pensamiento lo diga para tranquilizarse, estas promesas ni sus relativos suspensos, sino antes bien el afecto, la ética de no escribir nunca sin pasión. Es la ética única del biógrafo que los cuadernos muestran antes de que la escritura suceda, y es lo que destaca Alberto Giordano en su prólogo: una vida excede toda huella, “¿qué otra cosa sería la deconstrucción?”, se pregunta el prologuista.
Benoît Peeters, Tres años con Derrida. Los cuadernos de un biógrafo, traducción de V. Tuset, prólogo de Alberto Giordano, Ubú Ediciones, 2020, 240 págs.
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