LITERATURA ARGENTINA

Ya sea que se lo considere una forma moderna del ocio racionalizado, una industria o una experiencia artificial avalada por la fabricación de seudoeventos, el turismo es, en El alud, un sugestivo y novedoso escenario de novela cuyas prácticas y automatismos se definen como una “quimera de libertad, hedonismo y excesos que germina en nosotros apenas atravesamos la frontera desde lo cotidiano hacia lo extraordinario”. Allá vamos.

El narrador, “yo: Joaquín Mercader”, es un argentino que, producto de nuestra exonacionalidad reciente, reside en España desde 2001 y trabaja para El País. Enviado en misión laboral a Ilha Grande, Brasil, su tarea es la de elaborar un “artículo en profundidad” sobre la isla, “una mezcla de reseña turística, exploración histórica y crónica en tiempo real” de sus experiencias. A primera vista, uno se encuentra —y de algún modo lo advierte la contratapa— con una colección más o menos inocente de postales veraniegas escritas mientras el tiempo de la exaltación y el arrebato se desgrana. A ello se suman algunos fragmentos enciclopédicos con impresiones histórico-políticas de la región, una fotógrafa que no llega hasta casi la mitad del libro y un clima violentamente tropical aludido por el título y desarrollado por las referencias que Joaquín transcribe de las noticias locales: la lluvia y los desprendimientos de tierra han provocado desastres y alguna otra cosa todavía difícil de catalogar. Parece que estamos ante el cuaderno de notas donde se cuece la futura colaboración del cronista, una versión en bruto de lo que aparece en los suplementos dominicales. Sin embargo, gracias también a la luz de unos rayos de anticipación, la corriente de anotaciones tiende a salirse de su zona de confort —una en la que con alguna exactitud puede señalar a dónde se viene, cómo se llega o qué hay para hacer— y se desvía a otro lugar que puede sugerirse a costa de adjetivos: una zona anómala, ominosa y sobrenatural.

Probablemente habrá quien, una vez asimilado esto, vuelva a una página o a otra para ver cómo fue que pasó eso, cómo ocurrió ese mágico aplazamiento de la desconfianza que dio lugar a la aceptación de los hechos, y a que lo que había empezado como una rutina tamizada por la molicie de un trabajo en vacaciones derive en una carrera enloquecida para huir de una criatura fantástica cuya mordedura late todavía en la mano del protagonista.

En ese punto habrá que subrayar que en El alud, además del ritmo vibrante, la estructura fragmentaria y el aire pretendidamente espontáneo de cada anotación, lo que contribuye a generar el flujo de legibilidad que hace a la sugestión es el modo en que se desarrolla el pasaje, sutilmente reivindicado por la propia dinámica de la trama, hacia lo extraordinario. Singular, sorprendente aun para Joaquín, pero en cierto modo necesario, es como si con ello viniera a cumplirse la promesa inicial —turística o narrativa— de transportarnos a un espacio, incluso el propio yo, en el que prevalece un exotismo radical.

 

Esteban Castromán, El alud, Mansalva, 2014, 124 págs.

7 Ene, 2016
  • 0

    El amparo

    Gustavo Ferreyra

    Juan F. Comperatore
    12 Dic

    Quizá debido a no poder exhibir los cimientos de una sólida tradición realista, la literatura argentina se ha resignado al contrapeso de la adjetivación: realismo delirante, atolondrado,...

  • 0

    Agustina Paz

    Emilio Jurado Naón

    Raúl A. Cuello
    5 Dic

    Tanto la literatura del siglo XIX argentino como la que gira en torno a este parecen inagotables. Hay, además, una fórmula popular que dice que “para escapar...

  • 0

    Plata y escama

    Mario Castells

    Ariel Pavón
    5 Dic

    Tres amigos se internan en las islas que el Paraná forma en la zona de Rosario, a pescar: Darío, el Tarta y Marín, un jovencito al que...

  • Send this to friend