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Una búsqueda esencial de la literatura es, o debería ser, desacomodar al lector. Sacarlo de su zona de confort, podría decirse, para obligarlo a pensar en otros términos, a reaccionar de un modo diferente (lo contrario de lo que hacen las contratapas, muchas veces, que sólo sirven para que el lector no transpire demasiado). Es el camino que sin duda elige Hugo Salas —conocido en esencia por un sólido recorrido como crítico de cine— en su último libro, una suerte de máquina de producción de sentido inquieta, amorfa, efervescente. La historia viva del peronismo, o mejor dicho un maremágnum de episodios que atraviesan el movimiento mientras dura la vida de su líder, aquí se entremezclan, se niegan, se malforman. Algunos de esos hechos son conocidos, otros apenas verdaderos, otros parten de una base cierta para desbocarse en el absurdo. Y algunos otros pertenecen, ya, a un delirio casi pynchoniano (o como señaló Horacio González, a un registro que bien podría pertenecer a Copi). Aunque el núcleo de la historia parece ubicarse en algunas semanas —entre marzo y mayo— de 1953, las dos décadas posteriores arremeten como alucinaciones, deconstruyen o desnudan las claves de ese presente, lo multiplican, lo proyectan hacia una tragedia imposible, inverosímil.
Salas se desliza, como alguna vez se dijo respecto de los procedimientos de Sebald, en el tiempo como si fuera el espacio, y viceversa. Todo sucede a la vez, y de algún modo se planta de inmediato en el mapa de la Historia. En un contexto —el actual— en el que la palabra relato se manipula sin pudor, la novela de Salas recoge justamente todos los relatos, la narración de los hechos y sus interpretaciones, las piezas desencajadas de la construcción del mito. El personaje clave es, desde luego, Evita, porque es ella la que naturaliza lo extraño: la “Jefa Espiritual de la Nación” que, como todo el mundo sabe, en 1953 ha pasado ya a la inmortalidad, está presente, es de algún modo atemporal, o su presencia resulta más demoledora —como ha demostrado la realidad— que si estuviese viva. Evita recibe visiones del futuro, pesadillas; desde esa perspectiva es como López Rega, Isabelita, el asesinato de Aramburu, el porvenir de la Argentina resuenan de un modo premonitorio y, a la vez, fatalmente ridículo.
Aunque el cambio de tono de la novela —del misterio conspirativo inicial en dos escenarios antagónicos, la casa de Victoria Ocampo y la Quinta Unzué, al vodevil de los últimos capítulos— le haga perder algo de espesura, la de Salas es una apuesta mayor, de la que sale ampliamente victorioso. Entre otras cosas, por el regusto amargo que queda después de la carcajada, cuando todas esas voces se diluyen y descubrimos a la bestia que tenemos dentro, agazapada, dispuesta como siempre a lavarse las manos.
Hugo Salas, El derecho de las bestias, Interzona, 2015, 232 págs.
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