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Vacantes en el infierno

Carlos Núñez

LITERATURA ARGENTINA

El prólogo de Alicia Gallegos a Vacantes en el infierno, de Carlos Núñez, se abre con un epígrafe de un poema de otro libro de Núñez, Reporte del clima (2018): “¿Cómo hacer para ver? / ¿Cómo hacer para no ver?”. Podemos leer aquí una condensación de la poética del autor. En los textos de Núñez aparecen con frecuencia el horror, el deterioro y la derrota. Podríamos buscar filiaciones con poetas como Frank O’Hara o Kim Addonizio. También podríamos relacionar los poemas de Núñez con la tradición de narradores norteamericanos como Faulkner. Ni objetivismo, ni neobarroco. La poesía de Núñez no conversa con estas dos líneas de la poesía argentina.

Volviendo al prólogo de Gallegos, destaco: “lo escrito por Carlos Núñez nos puede salpicar de barro o de sangre y aunque nos situemos como testigos mudos alguna imagen se nos quedará pegada porque entrar a los submundos nunca es gratis”. Detengámonos en “submundos”. Porque, en realidad, el mundo está compartimentado en muchos mundos que se intenta tabicar y clasificar. Lo interesante es cuando estos tabiques se rompen y los “submundos” se mezclan, porque ahí nacen las historias sorprendentes. Gallegos usa este término para hablar de la marginalidad, pero podríamos decir, con lo expulsivo que resulta el mundo de la “cordura” y del “éxito”, cada vez somos más los que nos movemos en los márgenes, los, de una manera o de otra, excluidos.

“Y ahora / una máquina hecha con / los pedazos que quedaron de dios / es el enemigo”. Así comienza el poema “El soldado”. En este poema se presenta un mundo destruido y en disolución, en donde aparece un poder despiadado que ordena a las manadas de semihumanos que recorren el texto. Lo dice en primera persona un personaje desesperado que se encierra en la biblioteca nacional y les dispara a los anaqueles, luego de haber contado que su última misión fue destripar un cerdo enfermo mientras en el patio de armas se colgaron los calzones de las ancianas y los soldados cantaron la canción de Mickey Mouse y se emborracharon bajo la luna. Todo esto mientras se dice que nadie vuelve y nadie se va, mientras a la población le ponen “la máquina / para que les hable y para que los duerma”.

Daniel Calabrese, en la contratapa, escribió: “Venimos acostumbrados a escuchar que las historias se narran, mientras que la poesía, por su imposibilidad de someterla a ciertas categorías lógicas, a menudo la explicamos por aquello que no es, con aproximaciones vagas, del tipo quintaesencia de la literatura. Pero aquí no hay conflicto. Este libro, esta confesión de Carlos Núñez, viene a decirnos que sus historias y su poesía se necesitan entre sí. Y nosotros a ellas”.

¿Y por qué “necesitamos” estas historias y esta poesía? Porque nos invitan a no conformarnos con los sucesivos fracasos (tanto discursivos como sociales), nos invitan a sospechar desde nuestras acumulaciones de derrotas para poder hacerle frente al poder. Y porque las retóricas publicitarias pueden ser desenmascaradas si aparecen lectores alertas, capaces de, a partir de la literatura, transformar en lucidez la apatía de la música funcional del sistema y sus gendarmes (políticos, gerentes de programación, equipos de comunicación, CEOs, etcétera). Porque esa es la máquina hecha con los pedazos que quedaron de dios que nos habla y nos duerme.

Vacantes en el infierno se publicó por primera vez en 1992. Con esta reedición, se vuelve a poner en circulación un libro fundamental de la poesía de los noventa. Lectores devotos (Irene Gruss o María del Carmen Colombo, por ejemplo) supieron en su momento acompañar esta obra.

 

Carlos Núñez, Vacantes en el infierno, Ediciones Del Camino, 2024, 70 págs.

26 Jun, 2025
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