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La lectura de Las constelaciones oscuras trae a la mente el sacudón que Las teorías salvajes produjo en su momento, al mapear con precisión un poco malévola ese paisaje a estas alturas curiosamente mitificado (Puán y aledaños), incluir críticas cancheras a la cultura “progre” de los años setenta (discutibles, claro, pero construidas siempre desde una posición muy especial con respecto a la épica de origen) y regodearse en aquella sexualidad amorfa, ciertamente freak, que provocaba incluso las situaciones más inesperadas. Venida al mundo como gesto incendiario, aquella primera novela no se privaba de casi nada, compuesta sobre una especie de pornografía cognitiva lista para llevarse puesto todo lo que encontrara a su paso, muy especialmente algunos relatos de los denominados “fundacionales”.
El principal problema de Las constelaciones oscuras es que parece un apéndice tardío de Las teorías salvajes; una fusión de porciones de texto en bruto que hubieran quedado fuera de esta última y que ahora reaparecen para repetir las mismas gesticulaciones. Una forma muy arty del saber tecnológico está puesta nuevamente en primer plano, pero la aceleración trágica y ciberpunk de la realidad que pretenden los distintos conspiradores o visionarios que circulan por las páginas de la nueva novela de Oloixarac está narrada con cierta monotonía y afán acumulativo de referencias que, en sus momentos menos logrados, terminan por limitar la novela a las fronteras de un prospecto tecnológico. Quizás lo mejor del libro esté en su primera parte, con esas incursiones calenturientas en una botánica y una entomología enfermas, plenas de dimensiones imaginarias e inquietantes. Esa colección erótica de formas y especies, desplegada en pocas páginas como un oscuro latigazo genético, entusiasma al inicio, pero el interés va diluyéndose a medida que avanzan, presas de una urgencia clínica, las sobreexposiciones de esa juguetería autoritaria y high tech que es la economía política del antropoceno. Oloixarac vuelve a algunos mitos de origen mejor descriptos en algunas grandes novelas de los años ochenta (William Gibson y Jay McInerney vienen a la mente sin demasiado esfuerzo, más allá de que el primero esté específicamente citado), aunque todavía haya que agradecer a la autora la intención persistente de ceñir la trama de aventuras al mito del lenguaje y sus posibilidades. La agresividad y la ambición saludablemente indisciplinadas de Pola Oloixarac parecen intactas, aunque aquí falten otras cosas y ya no alcance con dar cuenta de cierta relación especial con el conocimiento.
Pola Oloixarac, Las constelaciones oscuras, Literatura Random House, 2015, 240 págs.
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