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En la última novela de Luis Sagasti se alternan y conjugan peripecias propias de un investigador privado con breves historias y datos sobre astronomía. A partir de una placa con siete nombres en el Jardín de Andrómeda de un parque en Santiago de Compostela, Gustavo, que es un historiador de la Guerra Civil española, se obsesiona con rastrear esos nombres y descubrir qué los une. Empiezan a entrecruzarse meditaciones, anécdotas, conocimientos y citas que convierten la novela en un campo de maniobras.
La narración es la ganzúa (para usar una figura que se encuentra en el libro) con la que Sagasti abre la dimensión especulativa de la novela. Pareciera ser necesaria la narración cronológica de los hechos que componen la investigación del personaje para poder arribar a los momentos de pequeñas anécdotas y reflexiones privadas sobre la astronomía. Quizá sea esa la gran virtud, la virtud secreta, de Sagasti: la deriva científica e histórica, con una precisa sensibilidad poética, sobre un mundo de gases, supernovas y hombres que han visto el pasado dibujado en el cielo.
Entre las múltiples historias que despliega la novela se encuentra un personaje que cuenta: “Mamá decía que mi padre había cambiado la letra después de la guerra”. Ese es el tipo de sensibilidad, la forma de acercarse a los temas que trabaja Sagasti, los efectos íntimos de los sucesos que exceden a los personajes.
Maelstrom procede a través de la acumulación y el desvío. Acumulación de sucesos de un personaje que se encomienda a una investigación delirante y en apariencia inconducente. Los desvíos llegan a través de las irrupciones del narrador sobre la observación de las estrellas; desvíos que una y otra vez llevan al lector a una especie de reverso de la narración. En este sentido, es importante señalar la armonía y correspondencia de los materiales que componen Maelstrom (desde una cita de Van Gogh hasta la mitología griega). Y esto es posible por la destreza del narrador, que en cada momento encuentra el eje y el hilo que organizan los distintos materiales que incorpora a la novela.
En la serie Cosmos (mencionada en el libro), Carl Sagan dice: “Somos la forma que tiene el cosmos para conocerse”. Y no es improbable que esa idea sea una de las líneas que de forma subterránea constituyen la escritura de Maelstrom. Cada una de las escenas y momentos de la novela tal vez no encuentren otro fin que el de un conocimiento indirecto y transversal sobre el cielo bajo el cual nos movemos y que desde el primer hombre no se ha dejado de observar. Escribe Sagasti: “Dibujar con estrellas es volver a ser niño. Y todo niño quiere ser astrónomo”. Tal vez, como si se tratara también de un libro de conjuros, leer Maelstrom es una forma de regresar a la infancia, de ser uno de los niños que escriben en el cielo.
Luis Sagasti, Maelstrom, Eterna Cadencia, 2015, 176 págs.
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