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Ojo de rapiña

Néstor Sánchez

LITERATURA ARGENTINA

En estas notas publicadas entre 1966 y 1974 y que componen Ojo de rapiña, la inclinación rítmica de la prosa de Néstor Sánchez no difiere del movimiento y relieve de tonos que distinguen sus novelas. La pregunta que está en el centro de las preocupaciones de Sánchez acerca de la escritura pertenece al frágil dominio de las proposiciones éticas; y no porque Sánchez haya intentado circunscribir esa incertidumbre a las consuetudinarias zozobras del bien y del mal; más que eso, construyó un modo complejo de preguntar sobre las relaciones entre las prácticas de escritura y la vida. O escribir es un acontecimiento vivo que hace vivir el lenguaje o se extravía en fosilizaciones culturales. El primer dato de esa construcción conviene enunciarlo a partir de los rechazos de Sánchez. Enumeremos: no contar una historia o historias, porque en último término están ya contadas, y el instrumento de escritura, la potencia material de la lengua, se degrada en ese énfasis a noticia; despojarse de principios vanguardistas (onirismo, automatismos, fronteras de la razón); no hacer ficción para ilustrar una tesis, o por hacer ficción en sí. Se trata de la palabra en acecho hasta que resuena y queda liberada de nombrar lo ya nombrado: es en este sentido, y nunca en el de un programa convencional de poetización, que Sánchez entendió la novela en cuanto poema; porque en esa dirección, cuando la palabra resulta de una irrupción o una intersección inesperada, las diferencias de género se vuelven radicalmente insustanciales.

Los modos en que Sánchez interrogó la escritura parten de una constatación acerca de la figura del lector: un lector pasivo, consumidor de ilusiones culturales, dispuesto a contar por teléfono la última novela que lo entretuvo y que descansa confiado en que ha sido protagonista de un hecho de comunicación, y otro que ensaya con el libro una experiencia incómoda, obligada a entrar en ritmo, a sacudir hábitos y recomponer su respiración. Las notas de Ojo de rapiña anticipan de un modo luminoso lo que a partir de la década del ochenta constituiría la hegemonía aplastante de la misma y única novela “profesional”, de mayor o menor ingenio, de mayor o menor velocidad de ejecución o destreza técnica en la intriga, pero formalmente sujeta a reglas secuenciales de composición que la arrogancia literaria llama reglas de legibilidad. “Pensar una novela –escribe– donde suceden cosas interesantes, donde ambulen personajes que a su vez digan cosas interesantes; trabajar todos los días con ese material y su sintaxis, terminar en un libro. Conocí gente que hace eso, me asomé a sus vidas, tuve terror”.

Están aquí los nombres que acompañan la experiencia Sánchez, que proceden de la alegría de improvisar (Coltrane, Coleman), del tango (Fiorentino), de los libros (Jarry y Vaché), y los nombres inevitables que resuenan con Sánchez: Joyce, Céline, Kerouac.

La máxima ética de Sánchez, escribir como acto sin garantías posibles, se cumplió con el tiempo en una disyuntiva mayor: escribir con palabras viejas, repetirse, no: cabe la decisión de no volver a escribir.

 

Néstor Sánchez, Ojo de rapiña. Monólogos sobre una experiencia de escritura, La Comarca Libros, 2013, 134 págs.

2 Ene, 2014
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