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Se han escrito cientos de ensayos “sobre el arte contemporáneo”, tratando en vano de definirlo en su irreductible variedad. En poco más de cincuenta páginas, entretanto, César Aira ha conseguido mucho más. Con sus argumentos heterodoxos y su eterna jovialidad, escribió una breve historia del arte contemporáneo con fecha cierta de origen (“En el comienzo estuvo Duchamp”), describió la lógica operativa que desde el ready-made asegura su eterno presente y su continuidad (“una carrera entre la obra de arte y la posibilidad técnica de su reproducción”), argumentó veladamente la supremacía de la literatura capaz de ofrecer el guión de la fábula que mueve a las dos (“puente de plata tendido entre lo hecho y lo no hecho”), compuso el vademécum razonado de los nombres de los movimientos artísticos (del impresionismo al arte contemporáneo, casi paródico en su “apabullante neutralidad”) y hasta esbozó el identikit del “Enemigo del Arte Contemporáneo”, engranaje fundamental de la cadena, con sus ejemplos difamatorios de “cualquier cosa”, adn, precisamente, de su libertad. Y todavía más: hizo coincidir el nacimiento del arte contemporáneo con su propio mito de origen, fechado ahora en el temprano descubrimiento de los escritos de Duchamp, que en 1967 le revelaron la inutilidad de escribir libros ya escritos y lo llevaron a entregarse a sus “juegos de la inteligencia e invención” bajo el disfraz de escritor. El Enemigo del Arte Contemporáneo, se concluye, tenía razón: “La culpa es de Duchamp”.
Pero no por azar “Sobre el arte contemporáneo”, escrito en 2010 para un coloquio en Madrid, viene seguido de “En La Habana”, escrito en 2000. La crónica de los paseos de Aira por la ciudad es en realidad un recorrido caprichoso por las imágenes que lo asaltan en lugares impensados (escenas microscópicas en un vaso danés de Lezama Lima, un pañuelo con instrucciones de uso de un fusil Remington, platos estampados, el tembloroso cortejo de un pavo real) y un declarado homenaje al método de producción automática de su mentor Raymond Roussel, que invita a componer relatos sin recurso a la psicología, la imaginación o la memoria, tramando nexos entre las figuras que el azar consiguió reunir. La fórmula alquímica queda clara como el agua hacia el final del librito: Duchamp + Roussel. Lo sospechábamos desde hace tiempo hilando las claves dispersas aquí y allá, pero Aira cumple ahora en develarnos la matriz de su prodigioso surtidor de historias, razonarla con su habitual desenfado y hasta ilustrarla con un relato microscópico de un fugitivo fabulador que la condensa como el corazón de un escudo de armas. En los meandros del ensayo y de la crónica cabe todavía un elenco inclasificable de apariciones fugaces, de Paul MacCarthy, Rosalind Krauss, Henry Darger, Magritte y Sol LeWitt, a una señora argentina y Juan Perón, que ya verá el lector cómo componer.
“Roussel fue el principal responsable de mi vidrio”, dijo alguna vez Duchamp y confesó que le parecía mejor estar influido por un escritor que por un pintor. Aira invirtió los términos en su lectura temprana del marchand du sel y rizó el diálogo entre el arte y la literatura en un interminable ir y venir. Porque, a fin de cuentas, ¿la culpa es de Duchamp o de Roussel? En su frondoso continuo de novelitas duchampianamente rousselianas, Aira dilata al infinito la respuesta y el vaivén.
César Aira, Sobre el arte contemporáneo seguido de En La Habana, Literatura Random House, 2016, 104 págs.
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