No menos anacrónica que en 1978, cuando se publicó por primera vez en España y no pudo leerse en la Argentina debido a la censura, la primera novela del santafesino Carlos Catania puede despistar. Anacrónica hoy por su ambición, desmesura, negatividad e inconformismo, propios de un modernismo literario que se da por caduco. Anacrónica en 1978 por ciertas (falsas) pistas que podrían haber hecho pensar que llegaba tarde, o que se subía a alguna estela: el boom, el existencialismo sabatiano, la narración de voces que inventó Manuel Puig; falsas no porque no se puedan encontrar esas prosapias, sino porque pueden conducir en una dirección errónea: la del encasillamiento filial.
La primera novela de Catania podría muy bien ser la única: posee ese largo aliento de novela total que define de una vez a un escritor, haciendo las veces de Obra. Dos cualidades acaso contradictorias la precisan: la utilización masiva, casi barroca, de procedimientos de la novela de vanguardia y un rigor implacable en la estructura narrativa. El plan precede, como en toda obra moderna, su ejecución, sin evitar sancionar el resultado. En la vastedad de su proyecto, la yuxtaposición de procedimientos (cambios de focalización y de persona narrativa, monólogo interior, soliloquio surrealista, experimentación con registros, multiplicación de estilos, narración de voces, relato enmarcado), abigarrada, dota a la novela de un riesgo, una apuesta, tan grande como la felicidad de su ejecución.
Una historia faulkneriana transcurre en Santa Fe, otra historia “latinoamericana” acontece en Guatemala. Catania sortea con éxito la vía rápida de la mera yuxtaposición: hay una sola historia, un solo cuento, que se disemina y se dispersa en múltiples direcciones y que el lector debe rehacer, de lo esparcido a lo concentrado, de la multiplicidad a la unidad. Huelga decirlo: las seiscientas páginas de la novela se leen con facilidad, con placer y con dolor. Las varonesas es un texto revulsivo, incluso abyecto: la historia de la rata, con la que comienza y con la que termina, es la invención original de una novela pesimista y sombría, pero no lacrimosa; política, incluso “latinoamericanista”, pero no latinoamericana ni panfletaria; excesiva y ambiciosa, pero no verborrágica. La sofisticación de su factura no contraría la sencillez de su fábula.
Si hubiera sido escrita en el siglo XXI y no en los años sesenta, podría haberse confundido con una parodia del boom. Pero Las varonesas rehúye toda ironía, todo sarcasmo y toda distancia, incluso toda alegoría: es literal. Usa el surrealismo, pero pertenece a la gran tradición del realismo argentino, tan reacio a lo real maravilloso; utiliza el pop, pero pertenece a la gran tradición de la novela moderna. No desdeña la intriga, la exposición de ideas, la galería de personajes, el estilo. Ahí están los tópicos: la maldición generacional de una familia, el incesto, la revolución traicionada, la locura, el crimen, la banalidad del arte y la del mal, el nihilismo. Cierto plot, cierto vértigo, ciertos diálogos, ciertas hibrideces le dan un sabor suplementario, contemporáneo, que podría ser el de Bolaño, a quien Catania no había leído cuando la escribió. Kafka y sus precursores no andan lejos.
Carlos Catania, Las varonesas, Las Cuarenta, 2015, 608 págs.
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