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Para el lector que haya transitado las páginas de El estado natural de las cosas (Caballo de Troya, 2016), el segundo libro de relatos de Alejandro Morellón, posterior a La noche en que caemos (2013) y que lo situó en el mapa de la literatura hispana gracias a la concesión del Premio Hispanoamericano Gabriel García Márquez 2017, las primeras páginas de esta nouvelle le resultarán un tanto confusas. Pero es apenas una falsa impresión formal. Se circunscribe meramente al pórtico de entrada a la narración (el primer capítulo, lleno de furia y fuego).
Porque si bien es verdad que el tono es muy diferente al de su libro anterior (más poético y endiablado este último, más cruelmente irónico aquel), enseguida uno reconoce ese afán de Morellón por la inversión de los mundos razonables, por el estrépito colectivo y la renuencia individual. Y temas que se repiten: el sueño, el dejarse vivir (y su corolario: morir lentamente), el ser espectador de la propia vida, el desdoblamiento y la noción de Idea Epifánica, así como la simbología asociada al sexo, en tanto que emblema de una tara soterrada o no explicitada adecuadamente.
Como suele suceder con las nouvelles, da también aquí el mayor espacio para indagar más concienzudamente sobre las causas, y hay un tono mucho más intenso, de prospección casi psicomágica (en lo querespecta a la explicitación del trauma y a la teatralización que realiza el personaje para, al modo del sortilegio, desembarazarse de su culpa).
Sin destripar demasiado el argumento (que se nos va desvelando poco a poco y que es la base de la fuerza de la novela; su centro de gravedad que explotará al final del libro), podemos decir que Caballo sea la noche es la historia de una familia destrozada por un hecho trágico que sucede en su seno y que ha sido callado hasta el comienzo de la narración, hecho que se lleva por delante dos víctimas: al padre y a Óscar, el hermano de Alan, el protagonista, quien vive encerrado con su madre en una casa que se cae a pedazos. El uno que huye por voluntad propia y el otro que muere de una fulminante enfermedad (se diría que de sida, pero no se explicita). El padre, antes de marchar, deja una carta para el hijo, que lee la madre y la lleva pronto a la locura, y que cuando la lea Alan producirá un daño irreversible que será, al tiempo, acto puro de liberación (o como se expresa en el propio libro: “el cuchillo y la herida”).
Caballo sea la noche, en lo que tiene de nouvelle a dos voces, de madre que habla con el hijo muerto, podría ser la revisión perversa del Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953), de Camilo José Cela, al tiempo que es una reactualización en clave de identidad de género de Thomas el oscuro (1982), de Maurice Blanchot. La de Morellón es una nouvelle sobre la difícil armonización entre la voz que enuncia y el cuerpo que sostiene esa voz, sobre la verdad dolorosa de las cosas, la identidad y, en última instancia, sobre la libertad de poder ser uno mismo.
Alejandro Morellón, Caballo sea la noche, Candaya, 2019, 96 págs.
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