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Tras hundirse en una marea elucubradora sobre direcciones de email, un joven le escribe a César Aira para invitarlo a la Feria del Libro de Medellín. Aira, increíblemente, le responde. Con amabilidad, declina la invitación. Esa es la anécdota de El mal de Aira de Andrés Restrepo Gómez, aunque lo que realmente importa de la novela son las digresiones, los desvíos, las fantasías, los delirios, las suposiciones, las inferencias, las maquinaciones del personaje Andrés Retrepo Gómez, narrador en primera persona de esta tierna y alocada historia.
El mal de Aira, que bien podría leerse como el mail de Aira, cuenta la consecución ilustre de varios fracasos del protagonista: gana un concurso literario y los organizadores anulan el premio porque Restrepo no reside en Medellín; cae preso por el intento de falsear información sobre su residencia en esa ciudad; en agradecimiento por la respuesta, consigue un libro exótico para Aira y la aduana argentina se lo retiene; le compra el box set de Bob Esponja, pero Aira no va a poder reproducirlo por carecer de la tecnología necesaria. Los efectos de las acciones son siempre los mismos: sensación de fracaso y deseo de venganza.
Sin embargo, a pesar de las sucesivas derrotas, el joven escritor Restrepo no se amilana y formula interpretaciones de los sucesos que siempre le permiten salir airoso. El personaje es una especie de buscavidas hermenéutico que acomoda la realidad según conveniencia, todo lo hace jugar en beneficio propio (“era tan transparentemente obvio que me pareció una excelente idea”), como si supiera hacer de las fallas una bendición, la bendición de continuar escribiendo.
Se ensalzan muchos libros diciendo que son fáciles y rápidos de leer. No sé por qué esto representaría un halago; no llego a comprender quién se entusiasmaría con un libro auspiciado bajo esas características, sobre todo por lo que cuestan los libros hoy en día. Dicho esto, de la novela de Restrepo podría afirmarse que es de lectura fácil, rápida, fluida, pero no porque el autor haya creído que esa cualidad le rendiría frutos económicos (lo fácil vende más que lo difícil), sino por el modo en que ha estructurado el texto, sin ceder jamás a la tentación de una sintaxis clara y distinta (es clara y distinta sin serlo). En todo caso, lo evidente no es nunca lo evidente y las construcciones lingüísticas, casi como si no lo quisieran, se horadan a sí mismas; dos ejemplos: “Venganza inofensiva pero arrasadora”, “la llegada a este autor fue tardía y al mismo tiempo precoz”.
En un pasaje de las primeras páginas el narrador cuenta que en realidad quería escribir una screwball comedy, un subgénero de comedia romántica, característico de la década del treinta, que tuvo sus últimos estertores al final de los cuarenta. Posee tres cualidades: ritmo rápido, diálogos ingeniosos, situaciones cómicas y romances poco convencionales entre personajes excéntricos. Los tres primeros tópicos se verifican de manera fehaciente en la novela, pero se dificulta encontrar el cuarto. Quizás no. El romance no es de Restrepo —el personaje— con Aira, como podría intuirse, sino de Restrepo con el lenguaje, un romance que está al límite de la locura, un amour fou, amor loco, eso es El mal de Aira.
El mal de Aira es una novela de aventuras módicas: escribirle al autor esperando respuesta, releerlo, escribir un apócrifo, tratar de convertirse en Aira, buscarlo en los bares de Flores y emborracharse, hacerse artista plástico, como Marcel Duchamp, inventar novelas futuras y contar argumentos.
Por último, detrás de las bromas, el absurdo, la ironía y las teorías conspirativas y estéticas de Restrepo se esconde una novela iniciática, Bildungsroman, novela de formación, novela que traza el camino de cómo llegamos a ser lo que somos, es decir, cómo llegamos a ser otros, porque, como repite tres veces el narrador, “la verdadera intensidad y el goce supremo de la literatura residen en el proceso de dejar de ser nosotros mismos, en no-ser nosotros por un rato”.
Andrés Restrepo Gómez, El mal de Aira, Barrett, 2025, 128 págs.
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