LITERATURA IBEROAMERICANA

Entre las muchas virtudes de Yakarta, de Rodrigo Márquez Tizano, está la de ser una obra que elude la catalogación; en un sentido distinto del que suele afirmarse, es difícil incluso precisar si esto se debe a su inadecuación a un género establecido o al éxito conciliatorio de varios de ellos. Novela discursiva y troceada en apartados breves y no lineales, narra sin embargo eficientemente una historia (eso que E. M. Forster llamó el sostenimiento de la curiosidad respecto del “¿y ahora qué pasa?”). Y una buena historia. Abunda en reflexiones y descripciones interminables, sin mezquinar en absoluto una sucesión consistente de actos fluidos y machihembrados con inteligencia. Su misticismo bien definido (aunque no copioso) no la priva, sin embargo, de representar con precisión el sentimiento sociopolítico —predominante en muchos de nuestros países latinoamericanos— de la desesperación que produce el monstruo burocrático de un Estado ubicuo y sin embargo, o quizás por eso mismo, tan inútil como inaccesible. La enumeración podría continuar; baste para dar cuenta de la (feliz) problemática.

Se ha descrito la novela como una Bildungsroman; lo cierto es que si lo es, la Bildung es menos teleológica que lo habitual en el género: es una Bildung de la resignación, de lo inmodificable. Los personajes, nacidos cerca de un lugar llamado “el Charco” que funciona como centro turístico, crecen en un ambiente semipobre y semirrural, educados por monjas al borde del deceso —devotas de una suerte de cristianismo entomológico, con insectos como divinidades—, que bautizan a los alumnos con nombres de capitales (de ahí el título), en una cultura en la que todo pasa por los juegos de azar y, en particular, por el juego de pelota. Reemplazar los nombres por capitales “era una manera de ignorar el resto del temario, olvidarse de nuestros nombres y acostumbrarnos a lidiar con la decepción de saber que allá afuera existe un mundo del que sólo vamos a memorizar las divisiones políticas”. Y lo único que parecen aprender, a medida que crecen, es que en esas latitudes el tiempo es tan circular como las pestes que recurrentemente diezman a los habitantes, luego “reemplazados por inmigrantes”. De aquí vendrá uno de los puntos de fuga argumentales: el grupo de amigos escolares trabajará como parte de un comando estatal cuya misión es bajar a los túneles de la ciudad y exterminar a las ratas portadoras del “bicho” causante de la plaga. (Las descripciones de las diferentes estrategias empleadas y de las astutas respuestas de los roedores son uno de los grandes logros de esta novela.)

Márquez Tizano ha declarado en varias entrevistas que no le interesa lo narrativo y su trabajo es sobre el lenguaje. Ya expresé mi alegría respecto de que en lo primero fracase en este Pedro Páramo en el que los espectros son roedores en túneles; lo segundo es algo a concederle para bien de todos: aunque es claro el procedimiento que emana del Farabeuf de Salvador Elizondo —la crónica de un instante que se descompone fractalmente a la que se alude en el epígrafe de Barthelme—, creo que Márquez Tizano lo lleva más allá. La densidad barroca no hace menos ágil el lenguaje, que no carece de humor o legibilidad. Este movimiento le permite salir de la paradoja de Zenón de Elizondo y contar una historia que amalgama la lógica del juego y el azar con un sentimiento constante de que cada cosa está atravesada por la necesidad y la predeterminación.

La conjunción de lo inescrutable del caos con la predeterminación se condensa en un objeto, una piedra misteriosa que va consumiendo a Clara, la pareja del protagonista, y que es presentada en el primer párrafo de modo imperativo, determinante: “Voy a juntarme con los muchachos. A indagar en los túneles: la piedra así lo exige”. Es la misma sensación de predestinación que permite, en el caos no lineal de los breves capítulos, avanzar sin embargo como si cada fragmento sucediera necesariamente al anterior.

 

Rodrigo Márquez Tizano, Yakarta, Sexto Piso, 2016, 152 págs.

23 Feb, 2017
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