El tango contemporáneo ha sabido ubicar a Piazzolla en el extendido campo de la tradición. La operación llevó años, pero se logró exitosamente. Hoy se puede ser moderno sin Piazzolla, y tradicionalista con él. Quizá por eso la escena actual de la música porteña —el gentilicio sobrevive a toda mutación— resulta tan atrayente: no le debe nada a nadie, o quizá les debe a varios a la vez, tanto de adentro como de afuera. Está atravesada por espectros del género —finalmente, pocas cosas en esta vida nos visitan tan persistentemente como el tango—, pero ninguno de ellos genera temor reverencial. Y ya ninguno puede reclamar culto exclusivo.
En el caso de la pianista y compositora María Laura Antonelli, ese signo de época se hace presente de un modo más radical, si cabe decirlo así. Su música tiene una impronta exploratoria, sus fronteras están abiertas al libre tránsito y revela una formación académica con información “popular”. Pensar aquí en los postangos de Gandini como punto de partida es una tentación que convendría evitar, ya que poco y nada de aquel experimento de desconstrucción del canon tanguístico parece habitar en Argentígena, salvo que creamos que todo intento de indagar virtuosamente en la interfase entre lo culto y lo popular proviene de un mismo lugar. Con composiciones originales que exploran la espacialidad desde una raigambre tanguera, quizá lo más “popular” que exuda la música de Antonelli sea el pacto de sangre entre composición y ejecución. Pianista intensa, por momentos arrebatada —algunos pasajes podrían medirse con un sismógrafo—, cuesta imaginar sus composiciones en otras manos. Y menos aún en otro instrumento.
Hay en Antonelli la convicción de que la audacia musical no se limita a llenar de acordes alterados cada compás. Esto se expresa en el uso ingenioso de los modos (por ejemplo, el segundo de transposición limitada de Olivier Messiaen en el tema que da título al disco) y en esos ostinatos de la mano izquierda que nos recuerdan los tiempos fuertes de las pistas de baile. Al radicalizar los contrastes —los dinámicos, los rítmicos, los que diferencian una primera de una segunda parte, etc.—, podría pensarse en una música que parodia el pasado con cierta altivez futurista. Pero no es así. La sensibilidad melódica de “Invención tango”, la sutil cita de un motivo de “Yesterday” de Los Beatles en “La hermosura de la inmensidad absoluta”, la apelación a la milonga suburbana en “Metrónomo in progress” (en rigor, algo más que un juego con el tempo) y el sorpresivo diálogo entre el piano y sonidos presetados al modo electroacústico en “La máquina de hacer fantasmas” —buen título— se hacen presentes como señalizaciones de un mapa sentimental antes que como piezas de inventario de un parodista. Cabe agregar que pocas veces un primer disco solista resulta ser un pronunciamiento estético tan osado como convincente.
María Laura Antonelli, Argentígena. Piano tango & electroacústica, Acqua Records, 2018.
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