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Bang on a Can All-Stars en el Teatro Colón

MÚSICA

Bang on a Can All-Stars es de los proyectos que le dan un significado positivo a la palabra “híbrido”. Versátil ensamble de cámara, cómodo tanto en los rigores de la partitura como en la improvisación, es un vehículo ideal para compositores provenientes tanto de la música contemporánea como de las alas más experimentales del jazz y el rock. Su segunda presentación porteña ilustró esa dualidad, aunque también evidenció la desigualdad en el nivel del repertorio.

Empecemos por lo mejor. Como experiencia auditiva, el cierre de programa Big Space, de Michael Gordon, fue un bombardeo en surround. Allí, el sexteto fue aumentado por una sección de percusión, trompetas y trombones del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, estratégicamente distribuidos por los distintos niveles y el fondo del escenario del Colón, con la dirección —dado que difícilmente sus músicos podían verlo, reducida a unos peculiares movimientos de danza— de Pablo Bocchimuzzi.

Como había sucedido el año pasado de manera extrema en el mismo recinto con Having Never Written a Note for Percussion, lo importante de Big Space no está en la escritura sino en la disposición del sonido: glissandos y ostinatos empezando y deteniéndose según el sector; la réplica entre los distintos grupos de brasses (por momentos, evocando la psicodelia londinense) que remedaban un eco. Una experiencia difícil de vivir en otro lugar, porque ya no el estudio de grabación sino el mismo teatro se había convertido en un instrumento más.

Comisionada para el grupo en 2005, Haven’t Been Where I Left de Ornette Coleman exhibe la forma de pensar outside the box que lo guió hasta el final. Una primera parte, “Upfront”, donde Ornette, tal como hizo al parir el free jazz, desmiembra el lenguaje del bebop, con el clarinetista —también saxofonista— Ken Thomson soltándose. La segunda sección, que da título a la obra, cambia radicalmente el sentido, con el guitarrista Mark Stewart utilizando la palanca y el pedal de volumen —elementos no requeridos por las demás obras— y el baterista David Cossin pasando al vibráfono: por momentos es una versión camarística y calma del ambicioso y “harmolódico” Skies of America. El tramo final, conocido como “Number 3”, retoma los conceptos del principio, incluyendo además lo que sonaba como una cita a Monk.

El británico Steve Martland compuso Horses of Instruction entre 2004 y 2005 y se nota: se la escucha como una acumulación de fragmentos, pero funciona. Es la pieza más “fusionera” de todo el repertorio, para la cual Robert Black cambia el contrabajo por el bajo eléctrico de cinco cuerdas y Cossin alterna entre la batería —con la peculiaridad del uso melódico de cencerros— y la marimba. Lo más interesante aquí pasa por el call & response entre los músicos.

Frank Zappa decía que el auge del minimalismo se debía a que resultaba barato de programar en salas porque requiere poco ensayo. Generalizaba, pero parecía tener en mente obras como “Closing” (1981) de Philip Glass, aquí especialmente orquestada para los All-Stars. Extremadamente simple, encuentra una serena belleza en unos compases y no avanza, no se sabe si por estar embelesada por lo que acaba de conjurar o por mera pereza o incapacidad.

No deja de llamar la atención que lo menos interesante del repertorio hayan sido las obras escritas por dos de los tres compositores-directores de Bang on a Can. La apertura Sunray (2006), de David Lang, aparte de ejemplificar los problemas que tiene el Colón para acustizar una batería, no logra nada que el King Crimson de los ochenta no hubiese resuelto con más gracia.

Thomson presentó Big Beautiful Dark & Scary, composición de Julia Wolfe de 2002, post 9-11, haciendo gala de ese lamento típico del progresismo estadounidense desde noviembre de 2016: fue inspirada por “nuestra reciente… bueno, no nuestra más reciente tragedia. Perdón… es muy fácil”. Dice mucho de la rosca on high places que la Fundación Rockefeller haya sustentado una partitura en partes iguales efectiva y efectista, cimentada en un ascenso cromático utilizado por doquier en películas de terror. Sólo en un par de instantes —cuando el clarinete rompe la tensión, en el aire a desolación y terminalidad del gong final— se tiene la sensación de que la música refiere a un drama humano y no a un espectáculo.

Como bis, fuera de programa, se escuchó Stroking Piece, de Thurston Moore; precisamente eso: una composición sustentada en el downstroke de la guitarra de Stewart, con elementos característicos de la música de Moore como el uso de drones y dinámicas. Además, en su tramo final, fue el único momento donde los músicos tuvieron espacio delimitado para improvisar colectivamente. Antes de eso, el piano en staccato de Vicky Chow remitió a la manera de tocar de John Cale en “I’m Waiting for the Man” de Velvet Underground, en alguna forma cerrando el círculo de cinco décadas de vanguardia made in New York.

 

Bang On A Can All-Stars, ciclo Colón Contemporáneo, Teatro Colón, Buenos Aires, 19 de octubre de 2018.

25 Oct, 2018
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