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A pesar de las apariencias, Matías Serra Bradford no es uno de esos escritores argentinos que leen a Borges como si sus textos fueran un gran manual de uso. Sus influencias van más allá: una mezcla ecléctica —¿cómo podría ser de otra manera en un escritor tan embelesado con la pura amplitud del mundo literario?—, pero siempre liderada por ese eje canónico al que se suma Kafka. Los libros de Serra Bradford suelen estar poblados por gente presa de sus obsesiones (generalmente con libros), pero en El secreto entre los rusos (2016) incurrió también en el territorio del aforismo. Es lógico, entonces, que aquí haya progresado hacia ese ingrediente kafkiano fundamental: la alegoría. Y no es una alegoría cualquiera.
La guillotina se trata de un verdadero campo minado creativo, el mundo literario argentino. Este libro ambicioso pretende ser una colección de papeles escritos por Silvio Campanari, traductor y crítico, materia prima de un informe mayor sobre la “República de Amnesia”, el país apócrifo, ya desaparecido, donde vivía. Aunque está separado en docenas de capítulos con títulos como “Hic sunt leones. Excusas y tachaduras”, la vida en la República se puede resumir en unas líneas: casi toda la población escribe, nadie lee. Como nadie lee (y por ende nadie compra libros), el gobierno subsidia todo. Como nadie lee, nadie escribe bien. Como nadie lee, todos escriben más o menos lo mismo. Como nadie lee, todos sospechan de lo que están escribiendo sus colegas/rivales. Como nadie lee… bueno, ya tienen la idea.
Si el gran tema de Serra Bradford es la lectura, y sus libros anteriores han sido, de una manera muy idiosincrática, festejos de esa disciplina/arte/vida, ahora ha decidido abordar la cuestión desde una posición más crítica, inspirado, como admite sin reparos el autor, por sus propias experiencias en el mundo editorial. Y el resultado es bastante brutal. Aunque el libro está poblado por las viñetas características de su escritura (de escritores, editores, maestros, etcétera), en casi todas las páginas figura una repetición del punto central: todos escriben, nadie lee, ergo todos escriben mal. Hasta el estilo parece haber sido restringido para no interferir con el mensaje: construcciones como “No pocos…”, “Hubo quien…”, “Más de uno…” abundan para dar más impacto al desaire retórico con que generalmente terminan. El efecto es un poco como la escena famosa de Los Simpson en la que Bob Patiño se golpea una y otra vez con un montón de rastrillos desparramados en el piso: el chiste va perdiendo su gracia sólo para recobrarla por fuerza de la repetición. Justo en el momento en que uno empieza a pensar que no puede soportar ni un golpe más, el gag asume un aura más hilarante y divertida. Con La guillotina ocurre algo parecido. Terminé riendo a carcajadas con un libro que a mitad de camino me había parecido un poco estancado.
Si la premisa, con los personajes y situaciones absurdas pero memorables de la República, termina por convencer, a La guillotina, sin embargo, la persigue una sombra melancólica: su verosimilitud. Aunque la exageración tradicional de la alegoría está, tampoco se puede decir que está muy exagerada. Para comprobarlo, propongo un experimento: pregunten a un escritor contemporáneo argentino (no importa cuál) qué piensa de otro escritor contemporáneo argentino (tampoco importa cuál). Es muy probable que la respuesta sea “No lo/la he leído” o algo más despectivo. Y para ampliar el foco, aunque al autor niega que haya influido, su República parece un fiel reflejo de nuestro mundo actual de redes sociales: todos “compartiendo” sus opiniones, nadie escuchándolas. Es de esperar que evitemos el mismo destino.
Matías Serra Bradford, La guillotina, Mardulce, 2018, 288 págs.
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