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Por supuesto, las nuevas músicas del mundo desbordan de las hibridaciones más raras y las mezclas más fructíferas; por supuesto que la electrónica ha inundado el pop de murmullos intrigantes o fragores exaltados. Pero nadie va a negar que por debajo de estos acuerdos la división entre el partido de la forma y el del desorden, entre melodismo y ruido, se encona, la brecha entre géneros se agranda, y cada cual tira al barranco lo que le parece escoria o baratija. Por suerte, ni siquiera en el jazz faltan músicos que curiosean no sólo en los dos campos sino entre los bienes caídos en la grieta. Una de las adelantadas de esa búsqueda es la guitarrista Mary Halvorson. Preparación no le falta: Halvorson estudió con el venerable Anthony Braxton, dio clases en la New School of Jazz & Contemporary Music, tocó con una impresionante variedad de sus contemporáneos más inquietos –de Matana Roberts a Marc Ducret–, integra la espinosa banda indie People, tiene un dúo de “folk de cámara” con la chelista Jessica Pavone, y en diez años ha participado en cuarenta grabaciones, varias de ellas a su nombre. Se ha forjado un estilo desfachatadamente multilingüe –free jazz y rock experimental, Beach Boys, blues, noise, improvisación contemporánea– y lo mejor es que domina cualquier elemento: líneas claras y veloces, loops, distorsión, modulaciones de tono, acordes y clusters de acompañamiento. Más de un crítico asegura que Halvorson es el futuro de la guitarra en el jazz. Mientras, ella no deja de expandir su paleta con una naturalidad tentadora para el oído más reacio. Procede de dos maneras. Una es crear espacios para la improvisación totalmente libre entre los motivos que se turnan en aportar los instrumentistas de un grupo. La otra es ofrecer material armónico compuesto, someras estructuras pensadas como constricciones para estimular la inventiva. Lo que resulta de esto son series de módulos, especie de suites, que nos libran de la rutina tema-larguísimos solos-tema en que cae tanto jazz. En Bending Bridges, con un quinteto de trompeta, saxo, batería y bajo, las piezas discurren despaciosamente de la melodía a la consideración rigurosa, luego a la efervescencia, y desbordan en un frenesí tremebundo que al fin se descalabra en leves, sosegados puntilleos. En cambio, los temas de Mechanical Malfunction (a nombre del baterista Weasel Walter) son apuntes de frases duras, impulsivas, que el trío ataca compitiendo en gemidos, rezongos y martilleos, y se abren progresivamente a registros más amplios. Los dúos entre Halvorson y el carnal trompetista Peter Evans borran las divisorias entre ruido y sonido, y entre electricidad y acústica. Hay momentos en que esa libertad suena un poco sobreactuada. Pero no deja de asombrar que una música de concepción tan abstracta tenga tanto poder figurativo. No es que exprese un sonido interior inefable, como la de Hendrix o la de Coltrane. No: evoca cencerros, hachazos, tornos, ángelus, humo de clubes de art-rock, nanas, entierros de Nueva Orleans, himnos de parroquia, rumor de celulares, arranque de motos y, junto con esas cosas tan distintas, todos sus efímeros paisajes.
Mary Halvorson Quintet, Bending Bridges, Firehouse 12, 2012; Weasel Walter, Mary Halvorson, Peter Evans, Mechanical Malfunction, Thirsty Ear, 2012.
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