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Suele repetirse que el Teatro Colón no es un mero edificio, que su aura reside en esa cualidad intangible generada por los artistas que actuaron en su escenario a lo largo de más de cien años de historia. Difícil imaginar entonces un lugar más apropiado que el Colón para De materie del holandés Louis Andriessen. Una obra que se interroga acerca de la relación entre el espíritu y la materia cobra una relevancia especial al sonar en un espacio cuya arquitectura resulta indisociable de su memoria. Es interesante, en ese sentido, comparar las funciones ofrecidas el año pasado en el Teatro Argentino de La Plata con esta apertura de la temporada 2017 del ciclo Colón Contemporáneo. Si la interpretación del año pasado sale ganando en términos musicales (la orquesta y los solistas sonaron mucho más compactos y concentrados en aquella oportunidad, y el sistema de sonido ofrecía una proyección mucho más fiel de los diversos planos de la obra), en lo simbólico sobresale la versión imaginada para el Teatro Colón. Heiner Goebbels, responsable de la puesta en escena, comentó, durante los ensayos, que allí donde la cruda arquitectura de concreto del Teatro Argentino parecía vibrar en sintonía con la música de Andriessen, la complicada ornamentación del Colón establecía con la obra una suerte de disonancia creativa. Acaso el pasaje en que eso resultó más evidente fue el segundo movimiento, durante el cual las tres ventanas que dan a la avenida 9 de Julio, detrás del escenario, recortaban unos rectángulos de luz que daban la sensación de que público y artistas se encontraban en la nave central de una catedral gigantesca. Especialmente entonces, De materie parecía un comentario deliberado a la historia del Teatro Colón. Construida como una enorme sinfonía en cuatro movimientos, la aparente dispersión sonora, textual y visual de la obra confluye sin embargo en una idea rectora: la reducción de toda realidad espiritual a la concreta materialidad de lo tangible. En esa dirección apunta la elección de sus múltiples fuentes textuales: las artes plásticas, la matemática, las ciencias naturales, las artes mecánicas, la declaración de independencia holandesa, las visiones místicas de una beguina. Todas aquellas actividades en las que parece participar un espíritu libre se revelan como indefectiblemente sensuales, concretas, materiales. Pero, como en “El jardín de senderos que se bifurcan”, el secreto de De materie reside más en lo que calla que en lo que dice: la multiplicidad de voces y sonidos que conjura no mencionan nunca la palabra que, precisamente por esa ausencia, gobierna la obra de principio a fin. Entre todas las artes y ciencias que se repasan en sus casi dos horas, desde la construcción naval hasta la filosofía, no se hace ni una sola referencia a la naturaleza (a la vez física y abstracta) de la música. El tantas veces citado parágrafo 52 de El mundo como voluntad y representación de Schopenhauer asegura que la música no requiere del espacio, sino que únicamente necesita tiempo para existir. Desde la obsesiva repetición de los acordes del primer movimiento hasta la alusión al tic-tac de los relojes en el cuarto, De materie parece una extensa refutación de esa teoría.
Louis Andriessen, De materie, concierto escénico con puesta de Heiner Goebbel, dirección musical de Pablo Druker; intérpretes: Oriana Favaro (soprano), Robin Tritschler (tenor), Analía Couceyro (actriz), ensamble de saxos Sigma Project, Nonsense Ensamble Vocal de Solistas, bailarines y orquesta, Teatro Colón, Buenos Aires, 25 y 26 de febrero de 2017.
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