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La pianista y performer Margarita Fernández cumplió, en julio pasado, noventa y nueve años. Actualmente se encuentra trabajando en su primera película como realizadora (otra de sus pasiones): un ensayo a través de la imagen cuya locación es su propio departamento y en el que se propone indagar sobre el papel que juega el Andantino de la Sonata N° 20 de Franz Schubert en la película Al azar de Baltasar, de Robert Bresson. En ella quedará, además, registro fílmico de lo que será, según ella misma lo describe, su última interpretación de esa conmovedora música de Schubert. Pionera en nuestro país con el Grupo de Acción Experimental (que integró entre 1969 y 1975 junto con Jacobo Romano y Jorge Zulueta) en el desafío de incorporar las nuevas situaciones que proponía en ese entonces la música contemporánea, Margarita Fernández ha persistido en su interrogación sobre los bordes materiales de lo musical y en el tránsito por esos umbrales en los que el sonido se vuelve, principalmente, un hecho escénico. El color en la música. Una quimera es la versión escrita (si bien no la transcripción) de la conferencia que la artista dio en el Centro Cultural Recoleta en agosto del año pasado y de la que también participó el compositor argentino Manuel Valverde con una intervención sonora sobre Farben, la célebre pieza orquestal que Arnold Schönberg compuso en 1909 como parte de sus opus 16, y que es el tema de este pequeño libro publicado por la editorial Luz Fernández (cuyo catálogo contiene otro texto de Fernández: Dos Garbo. Cine y demonio, un escrito dedicado a la icónica actriz de la edad dorada del cine de Hollywood). En Farben, Schönberg se había propuesto la consideración del sonido musical como un núcleo en el que convergen una serie de elementos entre los cuales la altura es tan sólo uno de ellos y no el parámetro dominante (el timbre y el “color” del sonido sería otro). Si la altura no está jerarquizada por sobre el timbre, es posible componer una música en la que el oyente distinga la sucesión temporal de lo que escucha no por la curva melódica que dibujan las diferentes alturas de las notas sino por el “color” sonoro que a ellas le imprima el instrumento que las ejecuta: una misma nota (una misma altura) relevada por distintos instrumentos puede entonces generar en la escucha la impresión auditiva de un movimiento melódico. Schönberg lo dio en llamar “melodía de timbres”, y Farben es la puesta en práctica musical de esa idea.
Margarita Fernández analiza las formas “ocultas” (el canon y la fuga) que le brindan un movimiento mínimo al casi único acorde del que está hecha la pieza y cuyos sonidos van pasando de uno a otro instrumento: “Tal proceso genera duplas, en cuyo interior la altura persiste y el timbre cambia. El recambio tímbrico, por el que se deslizan fugaces sincronías que adoptan un tempo métrico deducido del canon, es el factor mediante el cual se filtra la sensación de que la pieza respira por el timbre […] La lógica de cruces inversos entre lo que cambia dentro de la permanencia y lo que permanece dentro del cambio produce una suerte de equívoco paramétrico en la relación que sostienen la altura y el timbre”, señala Fernández. La traducción de la palabra “Farben” al español, resta aclarar, es “colores”.
Por supuesto que, referido a la música, “color” es un término prestado de las artes visuales. ¿Qué sería entonces ver un sonido? ¿Habría para la música un espacio en el que lo audible se hace inteligible del mismo modo y con la fuerza de evidencia con que se muestra lo visible? Margarita Fernández trae a cuento el relato “La metamúsica”, de Leopoldo Lugones, incluido en esa colección de historias de tinte fantástico llamada Las fuerzas extrañas (y que esta edición incluye a modo de apéndice). En ese relato, casi como sucede con el aleph borgiano, un personaje ha hecho “descubrimientos importantes” en su casa e invita a un amigo a que lo contemple, pero lo que ha descubierto no es un punto en el que convergen todos los puntos del universo, sino “los colores de la música”: la transmutación del sonido en color. Alguna vez Margarita Fernández planteó la pregunta acerca de la tangibilidad de la música en estos términos: cuando la música no suena, ¿dónde está? Para decirlo en una especie de juego de palabras: la partitura sería algo así como la música sin ella misma. ¿Qué ve por ejemplo el intérprete en las grafías puestas en el papel por el compositor? ¿Qué imagen de ella se hace antes de que suene? En la indagación de esos bordes en que la música parece desaparecer o estar en un “más allá” de sí misma, Margarita Fernández, sin embargo, no ha dejado de formularse desde sus diversas prácticas una misma y recurrente pregunta: ¿qué escuchamos cuando escuchamos música?
Margarita Fernández, El color en la música. Una quimera, Luz Fernández Ediciones, 2025, 78 págs.
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