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Maroon Cloud

Nicole Mitchell

MÚSICA

Ya hace tiempo que las mujeres del jazz no tienen que ocuparse del machismo; se libraron del fastidio yendo al frente en el derribo de los límites musicales del género (los demás se cayeron solos). Con permiso de Plutarco, veamos dos casos más o menos paralelos. Nicole Mitchell, una flautista como no había habido desde Eric Dolphy, es compositora, arregladora y ex presidenta de la Association for the Advancement of Creative Musicians —AACM, la cooperativa que desde 1965 agrupó a prácticamente todos los músicos del free jazz de Chicago—. Hoy, decidida a expresarse, algo que sólo es posible en una forma descarriada y no sustituible, aglutina folclores, sistemas tonales extremos, raíces negras, magrebíes, japonesas, camerística y spoken word, en grupos con instrumentistas de su mismo credo. Jaimie Branch sopla la trompeta en un arco estilístico que va desde el jungle hasta la electrónica, colaboró en Nueva York con poco ínclitas bandas de rock indie, grabó con un grupo suyo, Bomb Shelter, y ahora vive en Chicago, requerida por los grupos del estilo mutante del jazz local. Ella y Mitchell son dos pruebas salientes de que, tanto en América como en Europa, sin reclamos de cupo, casi al compás de los cambios culturales, las mujeres del jazz ya dejaron muy atrás el rol fatal de cantantes para situarse —desde la dirección de big bands o la maestría experimental con un instrumento— en la avanzada de otras especies de música. Mitchell (Siracusa, 1967) es negra, esbelta, afecta a la ropa africana y los adornos suntuosos. Branch (Red Hook, Brooklyn, 1983), fuerte en kilos cerveceros, gasta camperas sintéticas, camisetas con logos y gorra de béisbol con la visera al costado. Mitchell se inició en la viola y el piano, adoptó la flauta en orquestas de adolescentes, sufrió el racismo en la escuela y en tres universidades (la madre se suicidó) y en California, mientras tocaba en la calle, trabajó para Third World Press, una editorial dedicada a la cultura negra, algo que años después la llevaría a crear el Black Earth Ensemble —un grupo que mezcla ritmos africanos con cierta ambivalencia genérica— y a concebir una música, dijo, “de alternativas al modo en que vivimos” (se llamaría afrofuturismo). Branch empezó a tocar la trompeta a los nueve años; en 2005, después de graduarse en el conservatorio musical de Nueva Inglaterra, trabajó como instrumentista e ingeniera de sonido y formó un trío de pop rock llamado Princess, Princess; hizo un máster de ejecución y desde que se instaló en Chicago ha colaborado con eximios y polifacéticos como Ken Vandermark, Jason Adasiewicz y la pasmosa Matana Roberts. Hace unos meses, ya con un sonido propio que eriza la piel y una imaginación enigmática, grabó el primer disco a su nombre, Fly or Die. Mitchell hace música programática: su exquisito disco del año pasado, Mandorla Awakening II: Emerging Worlds, sigue la historia de una sociedad que ha alcanzado (en 2099) el equilibrio entre tecnología y ambiente, pero choca con un mundo arrasado por el progreso. La fábula poco movería a la acción si no fuese porque la militancia de Mitchell radica en la forma (y la deformidad) del sonido: la trama tímbrica de banjo, guitarra, cuerdas frotadas, shakuhachi, oud, theremín, shamisen, los bruscos cambios de dinámica de los solos de flauta —blues espectral, cromatismo, barboteo, susurro abstracto, loop electrónico—, el beat subrayado por el violonchelo y el recitado bamboleante del poeta Avery R. Young fraguan un rumoroso paisaje hipotético (Caribe, Medio Oeste, África, Medio y Lejano Oriente) que descoloca y cautiva: una polifonía de “relatos de liberación”. Este año, Mitchell publicó Maroon Cloud, una suite en ocho partes, un llamado a remontarse “a las fuentes de la imaginación” (la negra, en especial), y pese a la ampulosidad del postulado, otra vez logró lo que propugna: enfrentar los tiempos desoladores “inventando algo que todavía no existe”. Violonchelo, piano y canto (Jamaica, Cuba y Trinidad Tobago, respectivamente) se intercalan en las susceptibles melodías de la flauta conformando arreglos hondos en tiempo real (como cuando en “Vodou Spacetime Kettle”, Fay Victor transforma una letanía desvaída en un blues a lo Bessie Smith sobre una rejilla de cajón y bajos del violonchelo). El cuarteto no tiene batería.

En Fly or Die, en cambio, una batería galopante hasta el frenesí es lo que sostiene y aguanta (por momentos contrariando el beat) el carácter de la trompeta; y bien que es necesario porque Jaimie Branch tiene una técnica expandida y una variedad de materiales que le permiten derivar entre el gruñido, el ambient, Don Cherry y los sobreagudos líricos, la diana marcial y el resuello. Si agregamos los eventuales remansos de guitarra acústica (escuchen “Theme II”), el conjunto, dijo un crítico, suena como una jam session del Art Ensemble de Chicago en un club de bandas punk. Como varios discos de Mitchell, Fly or Die tiene el fabuloso violonchelo de Tomeka Reid a modo de cama elástica. Pero lo más afín a estas obras tan distintas es el suspenso, una alerta que a veces lleva a preguntarse qué viene a continuación, y a la sensación reparadora de escuchar lo que uno no sabía que estaba deseando.

 

Nicole Mitchell, Maroon Cloud, intérpretes: Nicole Mitchell (composición, flautas, electrónica), Fay Victor (voz), Aruan Ortiz (piano), Tomeka Reid (violonchelo), FPE Records, 2018.

Nicole Mitchell’s Black Earth Ensemble, Mandorla Awakening II: Emerging Worlds, intérpretes: Nicole Mitchell (flautas, electrónica), Avey Young (voz), Kojiro Umezaki (shakuhachi), Renée Baker (violín), Tomeka Reid (violonchelo, banjo), Alex Wing (guitarra eléctrica, oud), Tatsu Aoki (contrabajo, shamisen, taiko), Jovia Armstrong (percusión), FPE Records, 2017.

Jaimie Branch, Fly or Die, intérpretes: Jaimie Branch (trompeta), Tomeka Reid (violonchelo), Jason Ajemian (contrabajo), Chad Taylor (batería), cameos de Matt Schneider (guitarra), Ben Lamar Gay (corneta), Josh Berman (corneta), International Anthem, 2017.

30 Oct, 2018
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