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Hace unas semanas tres person_s entran a un baño junt_s. La mujer hace pis mientras ellos conversan. De pronto, ella se levanta del inodoro y, sin subirse la pollera, les muestra la concha.
—¿Les asusta, les da miedo?— los increpa y se ríe.
Uno de los hombres acerca sus ojos a la altura de la vulva. Denise toma sus manos para abrirla más. A mis ojos, ¡la concha de mi amiga es hermosa! Me gustaría ver emerger una tradición literaria sobre conchas de amigas, un género de folclore argentino y aventuras. Somos tan graciosos los argentinos…
¿Y? ¿Entran en la categoría erótica las conchas y los pitos de l_s amig_s? A partir de ahora, cuando vea a un amig_, voy a imaginar su concha. Y si tengo suerte, voy a pedir que me la muestre. Con les amigues me acabo de quedar corto. Voy a imaginar la concha de todes y, con tacto subacuático, voy a lamerles la concha, hasta lo más profundo.
El texto de Verónica Gago que acompaña la exposición de Florencia Rodríguez Giles en la Galería Ruth Benzacar hace hincapié en el exceso como forma productora. Se pregunta qué tipo de fuerzas, en qué territorio y en qué temporalidad es posible una explosión que traspase los límites de lo pensado.
Los límites de lo pensado… Los besos que te comen. Las motos estacionadas en el monte de un campo junto con brackets, botas y boleadoras en los bastidores colgantes de Rodríguez Giles, ¿son un límite? ¿Un anclaje de elementos conocidos y contemporáneos para que nos ubiquemos en el tiempo? Hay un evidente contraste entre estos objetos reconocibles y todo ese desplazamiento de masas amorfas trazado en estado de éxtasis. Comen y se cojen. Es llamativo que el plano erótico siempre necesite de fetiches. Si algo es claro es que el cuerpo no alcanza como elemento para dar entre los manoseos coordenadas de su época. Entonces, ahí están los fetiches como aparatos de tiempo que nos dan la oportunidad de anclar la experiencia sexual al presente.
Mientras que las poses explicitan su furia erótica, da la impresión de que no es exactamente sexual lo que está sucediendo en los dibujos. Tampoco se trata de reproducción. No sabemos dónde se gestaron estas entidades. Estratégicamente ubicado en la galería, como un pie de página, un video muestra una inmersión subacuática de Rodríguez Giles en compañía de Emilio Bianchic. Desciende camuflada con su escafandra mágica, en busca del ambiente más propicio en el presente para desencadenar un maremoto. La definición de maremoto —movimiento sísmico cuyo epicentro se localiza en el fondo del mar y que produce una agitación violenta de las aguas— le sienta muy bien a la acción carnal que emana de los dibujos. Están maremoteando, antes que cojiendo.
¿Hay boleadoras si hay veganismo? ¿Hay Palermo si hay chetos? Atrapemos un yuyo sojero con boleadoras. Exportemos alguna conspiración. En la Argentina sólo el feminismo hace explícita su conspiración, lo demás es monarquía multinacional y política trucha. Parece que al que le pusieron una oficina del FMI en el Banco Central nadie lo votó… ¡¡NO!! Nos despierta lo que se derrite, las texturas indefinidas y los ojos cerrados de tod_s esos seres des-dibujados. Las motos y los brackets y las boleadoras son el folclore y el fetiche que engaña. El campo te engaña. Abramos esas tranqueras, bailemos desnudos, prohibamos el alambre de púa.
La liturgia campestre se repite como un eco entre las paredes de Ruth Benzacar. Primero fue un tractor diseccionado (Materia, forma y poder, Carlos Huffmann, mayo de 2017). Ahora son motos, orgías y boleadoras. En clave de meditación visual, Rodríguez Giles inunda el imaginario de personajes renacidos, mientras acompaña —como lo hacen otras expresiones— la agenda local del feminismo. Ese feminismo que desmantela y deja en evidencia la tradición opresora de las fuerzas económicas que en nuestro contexto son, entre otras, la fuerza maldita del campo: un peón no vota a su patrón.
Líquido entrando y saliendo —piel de la misma textura que el líquido—, gravedad cero de los fluidos. Vamos hacia el placer de entrar en divergencia con esta realidad.
Todo lo que nos pasa es una contradicción multitemporal en una espera activa. Es como dibuja Rodríguez Giles y como canta Mercedes Sosa: cambia, todo cambia.
Florencia Rodríguez Giles, Biodélica, Galería Ruth Benzacar, Buenos Aires, 26 de septiembre – 3 de noviembre de 2018.
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