Entre las múltiples definiciones posibles del rock, Pez ha elegido para sí la de la mutación permanente. El proyecto comandado desde hace veinte años por el guitarrista, cantante y compositor Ariel Minimal se rige por la economía del cambio y la búsqueda constante –y quizás sea eso, más que ninguna otra cosa, lo que lo acerca a las fuentes setentistas–. La metamorfosis es su punto de partida y el lugar al que siempre vuelve: transformar lo conocido, empezar de nuevo, de una manera distinta cada vez. Pez es un monstruo de mil cabezas que no paran de pensar. El título de su nuevo disco, presentado a sala llena el sábado 10 de agosto en Niceto, y que se puede descargar en la página del grupo, se erige como su lema: “Nueva era, viejas mañas”.
Existen pocas bandas tan prolíficas y vitales en la escena del rock local. Pez edita prácticamente un disco por año, nunca se repite y no para de tocar. En el camino, el grupo supo ser, entre otros, un furioso y virtuoso power trío, un cuarteto de aires folk, una gran formación con sonido progresivo y un ruidoso grupo punk. “La historia es el viaje”, cantan en una canción del genial Hoy (2006). Y Pez viaja, haciendo honor a su nombre, contra la corriente de lo esperado y esperable. Romper para avanzar, de eso se trata. Si hace unos años sus presentaciones eran motivo de reunión para una bohemia que rondaba los treinta, hoy una masa de jóvenes veinteañeros se agolpan para agitar las cabezas frente a las nuevas y distorsionadas canciones del grupo (“debo embestecer, hacer un coso de mí”, proponen). Pero la atención y la tensión se han mantenido siempre en el mismo lugar: en Pez la música funciona a la vez como premisa y promesa.
El recital del 10 de agosto lo pone una vez más a prueba. Pez le apunta de lleno al público, lo ataca de una forma en que pocas bandas de rock actuales pueden hacerlo. Durante dos horas y media no da respiro, es un animal furioso cuyos dientes dibujan la forma de la guitarra de Minimal. Las canciones son golpes breves y contundentes, de esos que quedan resonando en la cabeza mucho tiempo después. Las letras sostienen la intensidad, transmitiendo la desesperación de lo actual. Un ejemplo: “lo que hay aquí son los relatos del momento en que todo cambió y es para mí, para mi espíritu la firme promesa de no olvidar”. Para Pez, el rock como apuesta cultural puede haber perdido varias batallas, pero la guerra no ha concluido aún.
Por eso cada gesto se vuelve una potencial reivindicación, el anuncio de la siguiente transformación. En el último tema del recital, Minimal elige cambiar por primera vez de guitarra. Tal vez en ese simple gesto se resuma el carácter artesanal que define el proyecto musical de Pez. La canción se llama “Los verdaderos sonidos de la libertad” y va esfumándose de a poco, abriéndose cada vez más, confundiendo los sonidos. Deja en el aire la pregunta por lo que vendrá.
Pez, Niceto, Buenos Aires, 10 de agosto de 2013.
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