Sabu Toyozumi en Buenos Aires

Por segunda vez en nuestro país, durante las últimas dos semanas de noviembre, el baterista Yoshisaburo “Sabu” Toyozumi, pionero de la improvisación libre en Japón, brindó seis conciertos memorables.

El ciclo, organizado por Sesiones Quinto Piso y Buenos Aires Taiko Dôjo, empezó con una intervención sonora en el Jardín Japonés, a plena luz del día, para un público desprevenido de viandantes que, en su mayoría, no llegó a detenerse lo suficiente para escuchar qué era lo que estaba pasando. Acompañado por el magnífico Luis Conde en saxos, Nahuel Creche en bombo de cancha preparado y César Martinini en taiko, Sabu tocó en tres zonas diferentes del Jardín. El momento más interesante tuvo lugar en el segundo set, con Sabu en el erhu, violín chino de dos cuerdas con el cual suele alternar, desde hace algunos años, la ejecución de la batería. En el ambiente sonoro de la tarde del sábado, las dos cuerdas del erhu se colocaban en el límite de lo audible, logrando un vigor delicado en connivencia con las gotitas que, en la incertidumbre soleada, caían de los árboles.

Unos días después, en una habitación apretada del Conventillo de las Artes, recortado sobre una ventana por la que se veía iluminado el Palacio de Justicia, tuvo lugar un encuentro de alto voltaje (alrededor de una hora, sin pausas), casi opuesto al idilio del Jardín Japonés, con Luis Conde en saxos, Wenchi Lazo en guitarra, Adrián Fanello en contrabajo y Fernando Perales en lo que anunció como “no guitarra no preparada”. El movimiento sonoro se fue desarrollando de a poco hacia zonas cada vez más intensas hasta alcanzar momentos casi inaudibles (esta vez, por exceso). Instalado en ese nivel de intensidad sonora, Sabu se dedicó a construir una perspectiva del volumen alto: lejos de participar en un bloque macizo de sonido fuerte, fue dando profundidad y aire a esa masa sonora, ampliando el espectro para establecer diferentes grados de fortissimo en un manejo delicado de lo que, de otra manera, podría haber parecido puro derroche de energía o una forma desatendida de paroxismo.

Sin embargo, convendría aclarar que este sentido de la sutileza con el que cuenta Sabu no tiene que ver con gobernar cerebralmente el sonido. En su admiración de la naturaleza y de los animales, de los cuales dice aprender música, se revela la dimensión corporal de su estilo.

Como lo demostró en estos seis conciertos (otros músicos notables de la escena local que lo acompañaron fueron Carlos Vega en contrabajo, Pablo Ledesma en saxo y Gerardo Cavanna en percusión), Sabu tiene la virtud de la versatilidad. Además de haber sido, junto con Kaoru Abe y Masayuki Takayanagi, pionero de la improvisación libre en Japón, Toyozumi fue clave como puente entre la improvisación nipona y la escena de improvisadores de Londres y de Chicago. A lo largo de sus viajes incansables (tiene setenta años y sigue recorriendo el mundo) tocó con una cantidad asombrosa de los mejores músicos de ese género ambiguo que Derek Bailey llamó “música no idiomática” (la lista incluye, además del propio Bailey, a Evan Parker, Anthony Braxton, Peter Brötzmann, Keiji Haino y Misha Mengelberg, entre otros).

Watazumi Doso, padre musical y espiritual de Sabu, creó lo que llamaba “Watazumi-do” (o “camino de Watazumi”). Escuchándolo, uno podría preguntarse si la capacidad de Sabu de adaptarse a lenguajes tan diversos sin perder su propia singularidad no se obtiene por la líquida solidez de algo que podría llamarse “Sabu-do”, el camino de Sabu.

Sabu Toyozumi, Gira Buenos Aires, 16 al 30 de noviembre de 2013.