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Tornado

Kaze

MÚSICA

El nombre del cuarteto es, para la filosofía budista, uno de los elementos esenciales: el viento. Podría tratarse de una brisa suave, acariciante, pero en el segundo disco de Kaze, ya desde el título, deja en claro que se trata de un Tornado. Resulta difícil evitar esa imagen un tanto obvia cuando lo que sucede musicalmente se parece mucho a esas gigantescas masas de aire en movimiento, capaces de transformar tanto a su paso.

No es un dato menor que Something About Water (1996), el primer disco grabado en los Estados Unidos por la notable pianista Satoko Fujii, también remitiera a uno de los cinco elementos fundamentales. Viento y agua. Pero también fuego, tierra y vacío. Pocas músicas logran, de una manera tan directa e inmediata, provocar, alterar, dar nueva forma. Pocas se oyen tan emparentadas con la naturaleza. Una naturaleza, claro, más cercana a los vórtices, los agujeros negros, los magmas y volcanes y las mareas indomables que a los inmóviles paisajes de la publicidad de compañías de seguros y cementerios privados. Kaze tiene dos motores: Fujii y el trompetista Natsuki Tamura, su marido y habitual aliado musical. Sería injusto, sin embargo, no considerar en pie de igualdad a quien toca la otra trompeta, el francés Christian Pruvost —un claro heredero de Bill Dixon en la escena actual—, y a su compatriota, el baterista Peter Orins.

Fuji comenzó sus estudios pianísticos en su país natal, pero fue también becaria de la Berklee de Boston. En un nuevo viaje, que la llevó al Conservatorio de Música de Nueva Inglaterra, fue discípula de Paul Bley y de George Russell. Kaze —que va de la introspección más absoluta a las más desbocadas improvisaciones colectivas, de los discos de piano solo a las big bands­— puede escucharse como un exponente del nuevo jazz japonés. Pero está lejos de ser sólo eso. Hay allí un signo de los tiempos, que carece por completo de localismos. Tornado, apenas cinco temas que funcionan como un universo en miniatura, empieza por una falta, la del contrabajo. Y establece, a partir de allí, reglas donde prima el contrapunto extremo. El piano y la batería, frecuentemente desdoblados para tomar parte de las funciones que el contrabajo asume en el jazz, trabajan más como conjuntos de voces que como unidades. Las trompetas, que incorporan prácticas extendidas, tampoco se limitan a ser dos líneas en el relato común. Kaze es, en todo caso, una maravillosa fuente de sorpresas estructurada a partir de una interrelación prodigiosa, una capacidad de explosión única —como en “Wao”, el tema inicial— y una pluralidad de recursos que puede llevar, incluso, a que los trompetistas renuncien a todo efecto, como en la magistral “Triangle”, que cierra el disco.

 

Kaze, Tornado, Circum-Libra 202, 2013.

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