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La aparición de cada libro de Josefina Ludmer ha constituido un verdadero acontecimiento para la crítica. Así ocurrió con Cien años de soledad. Una interpretación (1972), Onetti. Los procesos de construcción del relato (1977), El género gauchesco. Un tratado sobre la patria (1988) y El cuerpo del delito. Un manual (1999). Su disposición siempre atenta a oír los tonos del presente que emergen y circulan en la imaginación pública la ha situado una y otra vez en un lugar central en los debates teóricos y críticos. Actualmente Ludmer trabaja en su próximo libro, que ella define como un ensayo especulativo sobre los territorios y las temporalidades de la década de 2000 en América Latina. En los últimos años publicó una serie de ensayos que suscitaron encendidas discusiones, entre ellos “Literaturas postautónomas”, que circuló por Internet a fines de 2006, y “Territorios del presente. Tonos antinacionales en América Latina”, publicado en la revista Grumo en octubre de 2005, en el que Ludmer retoma desde una perspectiva completamente diferente el tema al que ya había dedicado Un tratado sobre la patria.
Cuando pensamos este número de Otra Parte y decidimos que iba a estar centrado en el problema de la patria y lo antipatriótico, tuvimos muy en cuenta tus ensayos recientes, especialmente el que se publicó en Grumo. Me gustaría que comentáramos tus hipótesis sobre esta cuestión.
Te hago una primera aclaración: no es lo mismo decir “antipatriótico” que “antinacional”. Creo que ahí hay que ser muy cuidadosos con el vocabulario. Yo entiendo por “patria” el puro sentimiento, la pura afección que está ligada con el territorio y la lengua, una especie de fusión de sentimientos con ideas recibidas. En cambio, lo nacional es más bien un discurso político, un proyecto colectivo con una tradición perfectamente identificable. Entonces, partamos de esa distinción. En el ensayo que mencionás yo me ocupé de discursos antinacionales fundamentalmente. Uno los puede derivar a lo antipatriótico, obviamente, pero a mí en ese momento me interesaba la construcción de un discurso antinacional.
Pensaba en El asco, de Horacio Castellanos Moya, uno de los libros antinacionales con los que vos trabajás. Revisándolo, veía que él ataca violentamente a su patria, El Salvador, pero no hay una crítica a la idea de nación en general. Hay un momento en que Vega, el personaje, cree haber perdido su pasaporte canadiense, y eso para él es la peor pesadilla. Entonces, el ser canadiense no está puesto en cuestión, a Canadá como nación no la critica.
En ese caso es cierto que es más un discurso antipatriótico en el sentido de que son sentimientos los que se están manejando ahí, “malos sentimientos”. Es cierto que la categoría de nación no está en cuestión en ninguno de ellos, está en cuestión “mi” nación, o sea la idea de patria. Son tonos antipatrióticos si querés, pero yo los considero tonos antinacionales de los años noventa. Cuando trabajaba en Estados Unidos empecé a ver este tipo de textos antinacionales que aparecieron en distintos países latinoamericanos en los años noventa, y construí este pequeño grupo en el que entran El asco de Horacio Castellanos Moya, La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo y Contra o Brasil de Diogo Mainardi, para poder analizar y especular sobre ese discurso antinacional cínico, autoritario y jerárquico de los años noventa.
¿Y vinculás esos discursos con los procesos políticos que tuvieron lugar en los noventa?
¿De desnacionalización? ¿Las privatizaciones? Sí, totalmente. Decir “este es un país de mierda” es un fundamento de la desnacionalización. Si querés, de la destitución de la nación que acompaña las privatizaciones y desnacionalizaciones. Son discursos que están planteados como una mirada del Primer Mundo pero enunciada con una lengua latinoamericana: entonces se crea el desfase característico que es el del neoliberalismo latinoamericano, o si querés el del capitalismo globalizador de los años noventa.
Que de alguna forma es el mismo lugar de enunciación de los que llevaron adelante las privatizaciones.
Totalmente. El tecnócrata o, si no, directamente, en nuestro caso, el menemismo. Pero yo trato de no pensar en personas sino en discursos. Y en actos. Discursos antinacionales que acompañan desnacionalizaciones. Lo que se rompe en los noventa, pienso, es la fusión Estado-nación que permitía decirlo en una sola palabra: “Estadonación”. Entonces, hay reformulaciones de la nación y reformulaciones del Estado, que es lo que estamos viviendo ahora. El punto para pensar la actualidad es si hay algún tipo de discontinuidades y cortes o si todo sigue más o menos igual. Yo creo que en 2001 se produce un corte, lo que algunos teóricos llaman un acontecimiento, algo después de lo cual lo que viene no es lo mismo. Una transformación estructural de la relación nación- Estado. Entonces, las reformulaciones de esa relación siguen hoy en día. La crisis del campo para mí es un accidente de esa reformulación de nación y Estado, dado que la gente del campo se autorrepresentaba como lo nacional. Esa es una de las disputas centrales.
Lo curioso es que al mismo tiempo es una polémica que reactualiza –en un punto es nueva y en un punto es bien clásica– el peronismo… los ganaderos…
Bueno, así fue planteada por el gobierno. Creo que fue un error político el modo en que se rotuló ese problema. Se quiso ponerlo en el contexto de un momento histórico del peronismo clásico y eso tiene que ver con cómo construís temporalidades hoy. ¿Cómo hacés presente? Hacer presente es producir un acorde temporal entre el ahora y otro tiempo, cualquier otro tiempo. Es dislocar el presente con otro tiempo. Evidentemente, con “la oligarquía terrateniente” se instaló un momento del peronismo clásico que hoy es imposible, no estamos en ese tiempo en que la clave era la industrialización, las nacionalizaciones, y donde todavía existía una oligarquía. Tendrían que haber dicho “los capitalistas del campo, que tienen tales relaciones con el capital global”. Porque el campo está totalmente globalizado. Pero me parece que nos estamos yendo hacia una charla totalmente política y dejamos de lado…
Es que quería ver cómo podíamos vincular esto… Si en los noventa veías ese tono antinacional, qué inflexión veías en relación con el cambio que hubo en 2001, si hay una continuidad con respecto a este discurso antinacional y antipatriótico.
Ese discurso no se lo ve ahora. Fue un discurso datado en esa época y que acompañó un proceso crucial que ahora está concluido. El neoliberalismo triunfó, la globalización se instaló. Ahora de lo que se trata es de que la nación se reformula y el Estado también. Lo que hay que ver es si pueden estar juntos o si un Estado es la articulación de muchas naciones –como en el caso de Bolivia o de España–. O sea, naciones con claves culturales diferentes.
Algo que señalás en tu artículo y a nosotros nos resultó inquietante es que en la Argentina de los noventa, pese a que tuvimos un proceso muy fuerte de desnacionalización, no hubo, o si la hubo no se la quiso leer, una diatriba antinacional como las de Castellanos Moya, Fernando Vallejo o Diogo Mainardi. ¿Tenés alguna hipótesis sobre esto?
No, no podría tener hipótesis. Lo que te puedo decir es que las profanaciones son muy difíciles de ver en la cultura argentina, que es muy conservadora y no corre demasiados riesgos. El que más se podría acercar es Jorge Asís con el libro sobre Clarín, donde Clarín podría ser pensado como una metonimia de lo nacional. Y además Asís tiene todos los elementos de estos tonos antinaciones: fue embajador, vivió afuera. Tiene todas las razones como para articular un discurso así. Hay que tener también cierta audacia para hablar mal de “la nación”. Porque a los que lo hicieron les fue mal. A Vallejos le sacaron la ciudadanía colombiana. A Castellanos Moya lo expulsaron. O sea, hay que bancarse eso después. No te digo nada de Diogo Mainardi, que directamente se fue a vivir a Italia después de escribir Contra o Brasil. Estos discursos antinacionales generan una reacción brutal. Lo digo en el artículo: se habla desde “el mal”. Y el mal contagia a quienes enuncian esos discursos: son “malditos”. No es lo mismo la violencia que una audacia profanadora o destitutiva. Una cosa es un discurso de la violencia y otra la profanación. La idea de la profanación viene de que hoy en día el sexo ya no es transgresivo, está en todas partes y en todas sus variantes y ya no causa escándalos. Con el sexo ya no pasa nada, todo se puede decir y publicar. El problema hoy en día es la profanación, atacar algo que ha sido sacralizado. Y por “sacralizado” entiendo algún objeto o idea o institución sobre el cual ha pesado un aparato pedagógico que lo ha constituido como un supremo Bien. La nación es un supremo bien, “Oíd mortales el grito sagrado”. Lo sacralizado es eso, está ahí arriba como un supremo bien que justifica dar la vida por él, morir por la patria. Entonces, el sentimiento de patria y la nación son objetos que han sido sacralizados, y han suplantado lo sagrado religioso, han pasado a recibir la carga religiosa que antes recibía Dios.Y por eso pueden profanarse.
Es interesante esta distinción que hacés entre transgredir y profanar. Pensaba en Osvaldo Lamborghini, que es algo así como el escritor transgresor de la literatura argentina, y sin embargo mantiene con la patria una relación casi te diría entrañable, nunca dice algo como “Argentina es una mierda”.
Es verdad. Lamborghini pudo ser canonizado –porque las publicaciones recientes, su biografía, la reedición de sus textos, el libro de crítica, pueden ser leídos como operaciones de canonización– justamente porque ya no hay transgresión sexual. Esa sería mi idea.
Pensaba en la célebre sentencia de Lamborghini sobre Argentina como “el país de la representación”, y en un relato breve de César Aira sobre Eva Perón, “Las dos muñecas”, donde dice que una característica del peronismo es que no se propuso dominar el mundo, sino solamente la Argentina, y por eso hizo de la Argentina un mundo, el mundo peronista… Digo, porque vos señalás que las diatribas antinacionales son un discurso que se profiere desde afuera y por arriba de la nación… ¿Puede ser que acá no surjan esos discursos porque de alguna forma la literatura argentina no tiene afuera?
Bueno, no es que no tenga afuera. Todo tiene su afuera. Lo que pasa es que es muy difícil acá instalar la idea de lo latinoamericano porque las miradas se vuelven más hacia dentro, a “lo argentino”. Justamente por eso mi nuevo libro va en esa dirección y se titula Aquí América Latina, como una especie de llamado de atención: no sólo estamos en la Argentina.
Vos decías que este corpus de textos latinoamericanos lo fuiste armando cuando trabajabas en Estados Unidos, y creo que en general la gente que trabaja con la literatura argentina acá no la piensa como parte de la literatura latinoamericana… algo que sí ocurre cuando un crítico argentino se va a Estados Unidos…
Por suerte yo pude percibir a la Argentina en Latinoamérica porque me fui. Yo no creo en esta idea de pensar la literatura argentina en relación con las literaturas del Primer Mundo en primer lugar. Es una literatura latinoamericana, tercermundista como cualquier otra. En algún momento pudo ser más moderna, sobre todo entre los años veinte y sesenta, pero hoy vas al Primer Mundo, venís acá y esto es indudablemente Latinoamérica. Y vas a otros países latinoamericanos y podés ver tranquilamente los parentescos, las similitudes, las hermandades y las historias comunes. Sí. Tenés que salir para poder verlo. Yo creo que hay que pensar también en políticas latinoamericanas ahora que entramos en los bicentenarios.
El latinoamericanismo en los sesenta y setenta estaba ligado a todo un proyecto político…
Pero en los noventa todos los países latinoamericanos sufrieron lo mismo, las mismas desnacionalizaciones, las mismas invasiones en cierto modo, la misma globalización y la misma miseria. Entonces, puede ser una mirada del Primer Mundo la que construye “lo latinoamericano”, pero puede ser también una mirada liberadora y más justa. Todos fuimos colonia de España, fuimos uno para el pensamiento imperial español, y somos uno para el norteamericano también.
Entonces pensás que pensarnos como uno puede tener cierta fuerza también…
Sí. Bueno, uno de los elementos centrales de mi reflexión es que hay que conocer desde aquí cómo está organizado el mundo actual, los puntos de organización –las palabras, nociones y redes– que serían los puntos donde se puede dar vuelta. Pero no desde otra perspectiva, sino que desde el mismo punto lo das vuelta en otra dirección y otro sentido. La ambivalencia es una categoría central aquí.
Sí. Estaba pensando en lo que pasa con el mercado editorial. No hay política latinoamericana común. Cuando un autor se “latinoamericaniza” es siempre con la mediación de España.
Por eso. Sí, sí. Son políticas en el campo de la lengua y de la industria editorial, que está totalmente transnacionalizada y forma parte de la industria de la lengua con centro en España. Si pensás desde una perspectiva transnacional tenés que pensar desde una perspectiva latinoamericana.
Ahí lo que le daría unidad sería la lengua.
La lengua y el área geográfica, todos somos vecinos y tenemos historias comunes. Eso a mí me parece crucial hoy. O sea, creo que uno de los problemas de la literatura argentina es que se encierra y recibe muy poco a otras literaturas latinoamericanas. No hay un verdadero intercambio latinoamericano de lo que se produce en un país y en otro salvo con la mediación del mercado y de España.
Quisiera volver a tu idea de profanación. Planteás que los discursos antinacionales son performativos, que realizan una profanación de la nación.
La profanación es una performance en el sentido de un acto de habla. Cuando vos decís “país de mierda” profanaste algo sagrado que te enseñaron a honrar desde la escuela. Pero también es una performance en el sentido de una voz actuada, impostada y casi declamada, como la del viejo dandi colombiano de La virgen de los sicarios que se autopresenta como “el gramático de la lengua…”. Es una voz “performanceada” y que el autor, digamos, se encarga de poner en otro. Eso está muy claro en El asco, que tiene como subtítulo “Thomas Bernhard en San Salvador” y donde la voz que habla es un pastiche del tono antinacional y antipatriótico de Thomas Bernhard. Pero también está en Contra o Brasil de Diogo Mainardi, que es superinteresante porque es como un guión con los diálogos entre Pimenta Bueno y algún personaje que cita. En el discurso antinacional todo está citado. El personaje cita discursos de viajeros ilustres –y no se sabe si son verdaderos o falsos– que fueron a Brasil –como Lévi-Strauss– y dijeron que Brasil era una mierda. Entonces él no lo dice, están presentadas como citas por este personaje que es como un muñequito casi de cómic que se llama Pimenta Bueno. Porque hay algo que destacar acá, y es que el autor trata siempre de sacarse de encima este discurso de los malos sentimientos. Todos tratan de distanciarlo y de atribuirlo a otros, de allí la voz “performanceada”. Que dice: “No soy yo, es el otro el que habla, es ‘Thomas Bernhard’”. Moya en El asco no habla, Moya recibe y transcribe el discurso de otro que es Vega, el maldito.
Volviendo a la idea de performance más ligada a la teoría de los actos de habla, para Austin o Searle los actos de habla que se llevan a cabo en el interior de una ficción no se realizan, son “nulos”. Entonces, cuando decís que estos son discursos performativos, ¿estarías diciendo que no son ficcionales?
La idea de performance está presente en todas las prácticas artísticas de hoy y podría relacionarse con la ficcionalidad o no del discurso. Yo ya no creo en la autonomía de la ficción, en la ficción como un universo cerrado diferente de la realidad. En una cultura dominada por los medios de comunicación, ficción y realidad están todo el tiempo entremezcladas.
Pero al armar tus corpus seguís trabajando con textos literarios en sentido tradicional, no elegís otro tipo de textos…
Parto de un concepto ampliado de literatura, un concepto donde uno podría poner teóricamente cualquier discurso y leerlo, mezclar textos literarios y no literarios. O sea, parto de una situación nueva de la literatura que es una fase postautónoma. Yo misma me encargué de calificar esa fase en que lo económico y lo cultural y lo literario están fusionados, y es muy difícil definir valor literario y qué es literatura y qué no lo es, y qué es o no ficción. Por lo tanto todo lo que aparece como literatura es considerado como literatura por mí, pero no leído como literatura: leído como formas de entrar a lo que llamo la “imaginación pública”. Yo entro por la literatura a un mundo que es la imaginación pública, que es el mundo de las imágenes y los discursos que circulan, todo tipo de imágenes y discursos, y donde no hay diferencia entre realidad y ficción porque la imaginación pública es una “realidadficción”. Yo entro por la literatura porque estoy formada en ese campo. Pero se podría entrar por otra parte.
Sin embargo, hoy hay textos que se sitúan en esa indiferenciación entre realidadficción, como Montserrat de Daniel Link, uno de los libros que trabajaste para teorizar esto, y hay otros textos que se siguen escribiendo y pensando desde el interior de la literatura.
Exacto. Se siguen escribiendo esos textos y se sigue reivindicando la autonomía y la alta literatura. Te entiendo perfectamente. Yo pienso que el presente está hecho de temporalidades diferentes. Que en el presente se mueven, como te digo, tiempos diferentes, pasados diferentes. El presente está hecho de todas esas temporalidades que vos podrías decir que son de un estado anterior del sistema. Lo cual no quiere decir que el sistema no esté ya en una fase postautónoma. Aunque se sigan escribiendo y “recargando” las marcas literarias. Cuantas más marcas literarias –como en Bolaño, que llega a saturar y por eso gusta tanto acá, porque es lo borgeano llevado a su extremo–, cuanta más carga de “literatura”, más evidencia de que ya no hay una plena autonomía.
Ahora, a vos ese tipo de escritura hoy te interesa menos, me parece.
A mí me interesa todo. Yo leo con pasión a Alan Pauls y a Daniel Link y cualquier libro tremendo que por ahí me mandan. Yo leo todo. Puede gustarme la cosa más horrorosa, porque con que a mí me cuenten ya está todo bien; cuando me cuentan una historia, ya para mí eso es válido. O sea, yo no hago juicios, simplemente mido las marcas literarias y digo “saturación” por ejemplo. Y digo: Bolaño: saturación de marcas literarias.
No hacés ahí un juicio de valor.
No, para nada. Puede haber cosas llenas de marcas literarias que las leés bien. Es muy difícil en este momento emitir un juicio de valor.
Pero cuando vos construís categorías conceptuales como la de “literaturas postautónomas” recurrís a cierto tipo de textos para pensar eso. Ahí hacés una elección. Decís “este libro me sirve más para pensar esto”.
Claro, hay libros que me sirven más.Y además los corpus o grupos de novelas fueron establecidos en un momento determinado, por ahí antes de que aparecieran algunos otros textos. Pero ahí no hay un juicio de valor. Mirá, he trabajado en este libro a lo largo de casi diez años, y los grupos de textos se fueron estableciendo en cada momento, entraron en un momento determinado. Mi idea es que si la reflexión es adecuada, si la máquina de lectura funciona, vos podés incluir ahí dentro todos los textos que salieron después –aunque yo no los haya puesto–.Todos quieren figurar.
Imágenes [en la edición impresa]. Ai Weiwei, World Map (2006), algodón y base de madera, instalación en la XV Bienal de Sydney, p. 67; Map of China (2004), madera de templos desmantelados de la Dinastía Qing (1644-1911), p. 70.
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