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La escritura de poesía acompañó la trayectoria de Brecht como dramaturgo, teórico y hacedor teatral desde sus comienzos hasta el final. Se puede leer su producción poética como un laboratorio, como un espacio de creación y experimentación con el lenguaje y con sus temas, del que surgieron materiales reutilizados y reelaborados en el marco de sus obras más “acabadas”. En esa fundamental revisión y actualización crítica que es Brecht y el método, Fredric Jameson sostiene que el dramaturgo alemán es moderno, sobre todo, por “sus discontinuidades y su fragmentación profunda”. Reunidos en un libro que va por su quinta edición (Brecht no sólo es uno de los dramaturgos del siglo XX más llevados a escena), estos poemas y canciones permiten apreciar esa fragmentación en todo su esplendor creativo.
Ahí está el “Coral del Gran Baal”, canción que remite al personaje central de su primera y episódica pieza teatral sobre ese truhán entrador de apetito insaciable, escrita después de la Gran Guerra, en los tiempos de Weimar: “Si Baal destroza algún objeto con furor / para poder examinarle el interior, / es una lástima, pero le da placer / aunque su propia estrella acabe por romper”. La canción funcionará en el teatro de Brecht como uno de los procedimientos de extrañamiento, como pieza de relativa autonomía que interrumpe la ilusión teatral (los actores todavía como personajes, pero “ahora abiertamente cómplices del autor”, se dice en “Los cantos”, uno de los varios poemas “teóricos”). En este coral, como anticipo de lo que sería uno de los grandes recursos del llamado teatro épico, se define al pícaro y peligroso Baal, se caracteriza su manera de ver el mundo, se cuentan sus vagabundeos en busca de satisfacer sus ansias (“Tantas estrellas se lleva Baal en las pupilas / que ni muerto llega a consumirlas”).
Al leer la extraordinaria sátira antipatriótica y antibélica “La leyenda del soldado muerto”, en la que el muerto es enviado otra vez al frente, viene a la mente Kagler de Tambores en la noche, aquel soldado que vuelve como un fantasma después de cuatro años y de ser dado por caído en combate, cuando su novia está a punto de casarse con otro: “El facultativo miró al soldado / mejor dicho lo que quedaba de aquel / y declaró que estaba para el servicio apto / y que no se volviera a esconder”. Tanto la obra como el poema pertenecen a lo que Barthes define como su período “anarquizante” y apocalíptico, el de los años de Augsburgo, en el que la crítica corrosiva no avizora el horizonte de cambio que un tiempo después encontraría en el marxismo.
La tensión entre autobiografía y yo lírico toma en la poesía brechtiana su propia forma de “despersonalización”, de ficcionalización del yo y de ataque a la subjetividad romántica —proceso que diversas corrientes críticas han estudiado en la lírica moderna—. La distancia irónica y cierta dosis autocrítica construyen un yo poético que se despliega en una escena social y urbana, fuente de hostilidad y placer a un tiempo: “Espero que durante los terremotos que vendrán / no se me apague el puro ‘Virginia’ por amargura / a mí, Bertolt Brecht, que fui a parar a las ciudades de asfalto viniendo de la selva negra, dentro de mi madre, a edad temprana”, termina el famoso “El pobre B.B.”.
Usado como recurso poético, el constante juego dialéctico con el sentido desgarra el velo para dejar ver las contradicciones de los personajes de las canciones: “¡Que el infierno se lo trague, falso santo! / (Si por lo menos yo no lo deseara tanto)”, reza la “Canción de la viuda enamorada”; en otros casos, ese juego pone en evidencia tanto las violencias de la historia y el capitalismo como el tratamiento discursivo que las honra, las encubre o las consiente: “Los profesores, que con bellas palabras / justifican lo que su mandatario hace, / hablan de crisis financiera en vez de crímenes. / No son peores que lo que pueda imaginarse”, afirma con notable vigencia uno de los cuartetos de “Balada del consentimiento a este mundo”. El sarcasmo lúdico, el humor perspicaz y la plástica inteligencia de los poemas brechtianos fluyen en estas versiones del director, actor y traductor Jorge Hacker, que en algunos casos recurre con eficacia a la rima en español y en otros decide no forzar y la evita con buen criterio.
Bertolt Brecht, 80 poemas y canciones, traducción de Jorge Hacker, Adriana Hidalgo, 2016, 200 págs.
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