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En su ensayo “What Henry James Knew” [Lo que sabía Henry James], Cynthia Ozick comienza reconociendo el hecho de que los escritores del modernismo angloamericano (James Joyce, Virginia Woolf, Ezra Pound y otros) nos parecen actualmente “menos ‘modernos’ de lo que fueron algún día” y que “lo que solía ser una revelación […] es reducido a reflejo”. Aunque parece inevitable darle la razón, al menos parcialmente, también parece necesario observar la contradicción entre lo que Ozick afirmaba a más tardar en 1993, fecha de publicación del libro de ensayos del mismo título, y la determinación de reescribir una obra modernista como Los embajadores (1903), de Henry James, que está en el origen de su reciente novela Cuerpos extraños. Sin embargo, no hay contradicción alguna, ya que la autora excluye explícitamente de su diagnóstico a James, cuyas obras, afirma, todavía “vibran”.
Escrita a la manera de una reelaboración cubista de Los embajadores, las diferencias entre la novela de Ozick y el libro de James son evidentes, pero la más evidente de ellas es que el protagonista ya no es un hombre, sino una mujer que recibe el encargo de su hermano de “traer de regreso a casa” (o bien no traer en absoluto) a su sobrino, un joven que, al igual que su hermana, se refugia en París de la vida sin emociones ni riesgos que sus padres pretenden imponerle. Reemplazar a Lambert Strether (el protagonista de Los embajadores) por una mujer, la triste y apática Beatrice Nachtigal o Nightingale, no es una mera concesión a las políticas de igualdad, sino una acción deliberada cuyo resultado es (idealmente) una mayor empatía con la protagonista por parte del lector y un mayor interés por lo que sucede en Cuerpos extraños. Sin embargo, el problema aquí es que la identificación emocional del lector con los personajes es sencillamente imposible: el padre es un ser intolerante y mezquino, el antiguo marido de la protagonista es fatuo, Iris (la sobrina) es torpemente ingenua, Julian está absurdamente enfadado todo el tiempo, su mujer (una sobreviviente de los campos de concentración) recuerda intensa, interminablemente, su condición a todas horas.
El peligro de escribir sobre personajes fatuos y pomposos es que el texto resultante también lo sea. Algo así le sucede a esta novela de Ozick, que pretende salvar a sus personajes de la sordidez y de la tristeza con un último gesto de sublimación creadora que parece innecesario y un poco ridículo (la gran sinfonía, el Doktor Faustus de Thomas Mann, el gran misterio de la creación artística, etc.). Ozick, que es una maestra del ensayo breve y de esa forma narrativa que los ingleses denominan long story (en la que se destaca su notable “Virilidad”), no parece ser tan buena en las formas más extensas: es cierto que tiene una música propia y arrebatadora, que se reproduce aquí en una traducción mejorable, pero parece haberse enredado en algún sitio de esta comedia tristísima de enredos con la que pone a prueba los nervios del lector.
Cynthia Ozick, Cuerpos extraños, traducción de Eugenia Vázquez Nacarino, Lumen, 2013, 333 págs.
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