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Diálogos con Leucó

Cesare Pavese

OTRAS LITERATURAS

El tema es el destino. Recorre cada uno de los diálogos como una bruma espesa, pero no siempre visible. Pavese anotó en su diario (publicado después de su suicidio como El oficio de vivir), el 31 de marzo de 1946, mientras escribía los Diálogos con Leucó: “La sabiduría del destino es, en el fondo, nuestra misma sabiduría. Porque siempre la acompañamos con una incesante consciencia de lo que, en último término, nos está permitido hacer. Por más tentaciones que nos acosen, nunca nos equivocamos. Siempre obramos en el sentido del destino. Ambas cosas no son sino una. Quien se equivoca es quien aún no comprendió su destino. Ese individuo no comprende cuál es la resultante de todo su pasado, la cual le marca el futuro. Pero lo comprenda o no, se lo marca lo mismo. Toda vida es lo que debía ser”.

Pavese, como el poeta que fue, siempre llamó “dialoguillos” a los Diálogos con Leucó. Y quizás gran parte de su potencia abrumadora resida en ese sentimiento tenue, pequeño, íntimo, con que su autor los concibió. No grandes discusiones argumentales sobre un tema, como los diálogos platónicos, sino una ventana hacia los miedos profundos, los recuerdos y las tristezas de algunos antiguos y míticos hombres, mujeres y héroes que osaron enfrentar o discutir los designios de los dioses; ventana hacia las decisiones fulminantes de dioses y diosas, más caprichosos que justos: “Existe una ley, Ixión, de obligada obediencia […] Existe una ley, que antes no existía. A las nubes las aduna ahora una mano más fuerte”.

Tal vez haya dos tipos de seres en este mundo. Los que aman mirar algunas pocas cosas durante mucho tiempo y los que aman mirar muchas cosas distintas, necesariamente, durante un tiempo más corto. Sin duda Pavese perteneció a los primeros. Pavese miró, con “testaruda insistencia”, durante toda su vida los mitos griegos y, de tanto mirar, lo mirado se fusiona con el que mira. El mito que nunca abandonó el cuerpo de Pavese en los Diálogos con Leucó ya no es sólo “el mito”, sino que se transforma en algo parecido al “mito-Pavese”: una amalgama indivisible entre sus propias obsesiones y las obsesiones de aquellas historias, entre sus propios temores y los temores de aquellos seres.

La edición de Carlos Clavería Laguarda merecería una reseña en sí misma. Esta nueva traducción es limpia y al mismo tiempo fiel al espíritu de los diálogos; y el extenso cuerpo de notas se transforma en un libro paralelo que ilumina constantemente los textos de Pavese.

Al día siguiente del suicidio, Davide Lajolo (amigo y autor de una hermosa biografía aún no traducida al español, Il vizio assurdo, storia di Cesare Pavese) recibió una carta de Pavese escrita tres días antes. Decía que “con la misma terquedad, con la misma estoica voluntad de los Langhe” haría su viaje al reino de los muertos. Decía también que si se quería saber quién era Pavese ahora debía volver a leerse “La fiera”, en los Diálogos con Leucó. Ese libro, el único por el que Pavese preguntaba regularmente cómo iban las ventas, fue el que más quiso de todos los que escribió. Lo dejó abierto en la habitación del hotel de Turín donde se suicidó; en la primera página había escrito las ya célebres palabras: “Perdono a todos y a todos pido perdón. No hagan mucho chismerío. ¿Está bien?”.

En el diálogo “Quimera”, Hipóloco y Sarpedón hablan sobre Belerofontes, el héroe que ajustició al monstruo devastador Quimera por mandato de los dioses, el héroe que después fue abandonado por esos mismos dioses y que vaga incesantemente alejándose de todo y de todos: “Hipóloco: ¿Y por qué no se suicida, él, que sabe estas cosas? Sarpedón: Nadie se suicida. La muerte es destino. No se puede desearla, Hipóloco”.

 

Cesare Pavese, Diálogos con Leucó, traducción y edición de Carlos Clavería Laguarda, prólogo de Carlos García Gual, Altamarea, 2019, 274 págs.

10 Sep, 2020
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