Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
Xi Chuan se mueve por la China de nuestro tiempo con un carrito aviado de tradiciones de la época de los Reinos Combatientes, clásicos de todo lugar y vanguardias occidentales; la poesía que hace con el cargamento destella de frescura, pesadumbre y rareza: “Cantan los gallos; yo dudo: quizás toda canción / dice el silencio profundo de la tierra. / Un templo en ruinas, noche cerrada. / Las ovejas sueñan con el desayuno y la cópula”. Pero no es sólo cuestión de aspecto. A guiarse por esta selección, los mejores libros de Xi Chuan son insólitas colecciones de sentencias murmuradas, cadáveres exquisitos, apuntes de la realidad, anécdotas, visiones alucinadas y escurridizas fabulitas de corte taoísta. Que buena parte sea en prosa da ánimos. Un hispanohablante recela por igual de las traducciones de varias lenguas, pero si la cuestión le importa habrá escuchado recitar a poetas rusos o rezar a fieles musulmanes, que al fin y al cabo vocalizan ristras de sílabas. Más difícil es relacionar los ideogramas con el poco chino que se oye en el cine o el supermercado. Por eso alegra la suspensión de la sospecha que obran las traducciones de Miguel Ángel Petrecca, nada sorprendente si se viene siguiendo su poesía y su jugado trabajo de difusión de la literatura china contemporánea.
Xi pasa sin escrúpulos de la primera persona a la segunda, al indirecto libre o el impersonal. Trenza la imagen clara objetivista con la fulguración lautremoniana, la reyerta vecinal con la burla desconsolada (“el vacío queda en el espejo / el viento encima de la llama / el clásico bajo el libro de cocina / el emperador en la pantalla de la tele // las palabras no dichas en la escupidera / la jugada hipotética sobre el tablero / el corazón del justo en la polvareda / los problemas resueltos en la almohada”) y la ternura por lo diminuto con el escepticismo de escala. La incongruencia es para Xi fatalidad, sabor y una vía contra la falacia de los fundamentos modeladores; un modo de atención y abandono al fecundo vacío de lo real. Pero si la poética de la contradicción ayuda a desbaratar el engaño, no tiene nada de solución radical: “La poesía instruye a los muertos y a la generación siguiente”. De una contradicción en otra, en un medio atronador, la poesía es una locura cuya alternativa puede ser el silencio; pero radicarse en la soledad es un simple paliativo porque “el laberinto de la soledad está repleto hasta reventar”. Zuangzhi dijo que el buen orden ocurre espontáneamente cuando se dejan las cosas a sí mismas; porque el pensamiento suele sustituir a la vivencia y las ideas configuran la verdad, y uno diría que en China el poder ha combatido inveteradamente la transparencia. Extorsión del lenguaje, llama Xi a la fase actual del operativo, y se escabulle del palabrerío a codazos. En pos de una soberanía ajena a la política de Partido y reacia a una herencia confuciana adulterada en acatamiento armónico a la jerarquía, Xi se alía tanto con el surrealismo, la fantasmagoría o la pesadilla goyesca como con el boceto neorrealista: con todo lo que facilite la vía a la sensación verdadera. Pero no encuentra síntesis superadoras ni puede evitar que los ancestros caigan sobre los descendientes, él entre otros. “Así que me convierto en mi descendiente y hago que la lluvia mida mi resistencia al agua. Así que me convierto en lluvia, chorreando sobre la calva de un intelectual. Así que me convierto en un intelectual airado, recojo una piedra y la arrojo contra el opresor. Así que me convierto en la piedra y el agresor y en el momento de recibir el golpe mis dos cerebros retumban a la vez”. Burócratas, plutócratas y adalides de la anticorrupción ocultan cuán bien distribuidas están las pasiones bajas. Por eso para Xi la sabiduría no es una herramienta de iluminación sino la inacabable búsqueda de una ética práctica, indispensable para un poeta que padeció la Revolución Cultural, pegó dazibaos en las paredes, tradujo a Borges y a Milosz, perdió amigos por suicidio y por represión, sabe de los desposeídos del régimen, de la crueldad y el hastío, pero también de la vida que sigue retoñando entre los escombros de cualquier marcha adelante, de los usos que la gente hace de su porción de lugar y de tiempo. En momentos de atención improductiva, su mirada encuentra el lenguaje para casi todo: el viejo apostador del tren, el pie del bebé pateando la manta, el barrendero, la construcción de un edificio, el elenco de ópera, el relincho, el bocinazo, la abuela que tirita, la mujer de medias largas que parece inventada, el asceta que tras salvarse raspando de la muerte se vuelve un Don Juan, la indolencia del murciélago, los metales de la luna, el ojo del águila, los nueve mil mosquitos que “conforman un leopardo” y un mosquito que “es solamente un mosquito”. Si uno no se pega un tiro —dijo Lili Brik cuando denigraron al suicidado Maiakovski—, o es más fuerte que sus contradicciones o no tiene idea de lo que es una contradicción. Pero Xi se desentiende de fortaleza y debilidad: sólo asiente a la vibración y la tiniebla del mundo.
Xi Chuan, Murciélagos al atardecer, selección, traducción y prólogo de Miguel Ángel Petrecca, Bajo la Luna, 2017, 128 págs.
Todos hablan de Jacob. Todos creen saber quién es, qué lo hace más o menos atractivo, cuál será su futuro. Todos y muy especialmente todas. La habitación...
A dos meses de la muerte de su esposo, la narradora de Arboleda decide emprender en soledad el viaje a Italia que habían planeado juntos. A partir...
Lejos de ser una novedad en el escaparate literario, el fluir de la escritura ha sido explotado durante años desde múltiples aristas, sobre todo como técnica. Las...
Send this to friend