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En El adversario (2000), el libro que dedicó a investigar el caso de Jean-Claude Romand (el hombre que decidió matar a toda su familia cuando sintió amenazada la trama de mentiras con la que había edificado su vida), Emmanuel Carrère cuenta que en apenas un invierno, mientras esperaba que Romand le respondiera su primera carta y tras abandonar el proyecto de una novela “inspirada” en el caso, escribió casi automáticamente una historia que lo tenía obsesionado desde hacía siete años. Se trata de la inmediata antesala al vuelco estilístico que llevó a Carrère a crear esa serie de libros (de El adversario a Limónov) “escritos como [ficciones], con sus trucos, pero sin inventiva”, como los definió recientemente, que lo consagraron como uno de los autores ineludibles de la literatura francesa contemporánea. La novela en cuestión era Una semana en la nieve y Carrère creyó plasmar en ella los motivos centrales de su interés por la historia de Romand.
En efecto, pueden encontrarse prefigurados en ella, performados por el protagonista de la novela, algunos de los mecanismos sobre el funcionamiento del engaño a los que Carrère dedicó posteriormente en El adversario complejas disecciones psicológicas. Sin embargo, podría decirse que Una semana en la nieve es sobre todo una exploración sobre la potencia estética y narrativa de la angustia. O esa es, al menos, una hipótesis de lectura posible para recuperar el modo magistral en que la ingente proliferación de fantasías siniestras y pesadillas se ponen al servicio de hilvanar la vida consciente e inconsciente del protagonista, al tiempo que proyectan el relato hacia un pasado y un futuro que se tornan cada vez más inquietantes.
Nicolás, de ocho años, viaja a un pueblo de montaña junto con sus compañeros de colegio para pasar una semana de vacaciones en la nieve tomando clases de esquí. Tres figuras masculinas delimitan su mundo afectivo: Patrick, un joven coordinador con el que Nicolás establece cierta complicidad; Hodkann, el imprevisible bully del curso; y su padre, cuya figura se amplifica hasta convertirse en el fuerza latente que enlaza todo lo siniestro en el relato. La existencia de Nicolás en el albergue está sometida a una multiplicidad de amenazas de las que consigue protegerse fingiendo una enfermedad que lo aparta de la vida en común. Sin embargo, la noticia de la desaparición y, luego, del hallazgo asesinado de René, un chico de un pueblo vecino, lo altera todo y conduce al relato a su trágico desenlace.
Emmanuel Carrère, Una semana en la nieve, traducción de Javier Albiñana, Anagrama, 2014, 168 págs.
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