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Viaje a Armenia

Osip Mandelstam

OTRAS LITERATURAS

Si es verdad que los viajes exaltan los sentidos y promueven la búsqueda de respuestas, Osip Mandelstam no necesitó dar la vuelta entera al mundo para ganarse la divisa de viajero consumado. Su periplo se cerró con el exilio forzado en la oriental Vorónezh —que de algún modo preparó su muerte por tifus en 1938—, pero antes hubo desplazamientos entre Varsovia y Moscú, estudios en Alemania y una visita concedida por la burocracia soviética al corazón de Armenia, cuna marginal de clasicismos que Mandelstam ansiaba conocer desde muy joven. De esta última visita se desgaja Viaje a Armenia: trayecto “entre formas gramaticales, bibliotecas, palabras y citas”, como indica Victor Shklovski en un artículo anexado a esta reedición; una aventura, en resumen, no limitada a la descripción de paisajes y de gentes, sino abierta también a la manera —palabra cara a la escuela formalista— en que el texto se talla a sí mismo en la página y se proyecta hacia el afuera en la lectura.

Mandelstam, por supuesto, habría aborrecido esta última afirmación. Fiel a su raíz acmeísta, aspiraba a la consustanciación, no al desmontaje. “No hay nada más instructivo y alegre que sumergirse en una sociedad de personas de una raza completamente distinta, a la que respetas, con la que sientes las mismas cosas, de la que te enorgulleces sin tener nada que ver con ella”, escribe para elogiar el alma transcaucásica. Sus paseos por la montaña, sus cabalgatas, los personajes que encuentra, las historias que le relatan y lo que va aprendiendo de una lengua proverbial emulsionan hasta llenar un único envase —Mandelstam mismo, Mandelstam en Armenia—, silueta que remachan, con añadidura nostálgica, los poemas que acompañan el libro: “Nunca te encontraré, / miope cielo armenio, / ya no te veré, entornando los ojos, / sobre la tienda de viaje del Ararat, / y ya nunca golpearé / en la biblioteca de autores alfareros / de la hermosa tierra el libro hueco / del que estudiaron los primeros hombres”.

Y sin embargo, gracias a metáforas que merodean la sinestesia —“Los dientes de la vista se desmigajan”, “el ojo es un órgano dotado de acústica”—, la mirada decide qué destacar, dónde consumar los recortes. La exactitud en Mandelstam es sustancial, aunque no menos que el ritmo. Hay que partir, atar Seván con Sujumi, trepar el Alaguioz; en el medio, lo que inflama la atención se guarda en las alforjas de la prosa. Incluso en los raptos ensayísticos sobre arte, la mirada fuerza una ética —“En ningún caso ingresar como a una capilla. No pasmarse, no entumecerse, no pegarse al lienzo…”— cuya epifanía se activará recién cuando Mandelstam salga de “la embajada de la pintura” y reciba en la cara el sol que quema la calle.

Traducido con devoción por Fulvio Franchi —quien además prologa y anota—, Viaje a Armenia regula la esencia que entra por la vista. El fraseo encierra, más que palabras, un país. “Alrededor, a los ojos no les alcanza la sal”, insiste Mandelstam. “Atrapas las formas y los colores, y todo eso es pan ácimo. Así es Armenia”.

Osip Mandelstam, Viaje a Armenia, traducción de Fulvio Franchi, Partícula, 2024, 96 págs.

1 May, 2025
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