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En un principio Luzazul tuvo forma de ópera. Fue estrenada en marzo de 2013, en el Centro de Experimentación del Teatro Colón, bajo la dirección musical de Marcelo Delgado y libreto y dirección escénica de Emilio García Wehbi. Hoy Luzazul se hizo libro, bello libro por cierto, verdadero objeto estético que habla desde su materialidad del modo en que su autor concibe el métier. Probablemente García Wehbi sea uno de los realizadores locales que mejor entiende el teatro como asunto de estética. El texto que hoy publica Ediciones DocumentA/Escénica le hace honor a esta condición. Las fotos de las intérpretes (Maricel Álvarez, María Inés Aldaburu y Graciela Oddone), crédito de Sebastián Arpesella, potencian la escritura y dejan al mismo tiempo testimonio de lo que fue fugacidad escénica. Uno podría establecer un diálogo imaginario entre los rostros de las retratadas, intervenidos por una iconografía paródicamente maternal, que no ahorra en mamaderas, sonajeros, gorritos, baberos o muñecos de peluche, y las voces que suenan y se leen en el texto. Si el punto de partida para la escritura de Luzazul fue el poema dramático “Tres mujeres” de Sylvia Plath —de quien resulta a esta altura imposible separar vida y obra—, una vez iniciada la lectura el dispositivo se multiplica y la convocatoria a personajes como Hécate, la diosa de los partos, la Ofelia de Shakespeare (pero la de Müller más aún), Lilit, las brujas de Macbeth y Romina Tejerina —a quien le está dedicado el volumen— irrumpen para pulverizar el discurso imperante sobre la maternidad, como si los edulcorados rosa y celeste que condicionan ese momento se volvieran azul o blue en Luzazul, aportando así algo del orden de la tristeza o de la melancolía. El texto, irreverente y provocador, desbarata impiadosamente el estereotipo del ser maternal con que se concibe a las mujeres y dice lo innombrable. García Wehbi invierte el lugar común y muestra el lado oscuro, el lado B, el revés de la trama que bien puede quedar cifrado en el palíndromo del título. Más impactante aún, porque quien escribe es un varón, es que el texto se permita hablar de lo que no se habla y se le atreva al tabú. Indecidible en cuanto al género —¿poesía, teatro?—, Luzazul viene a confirmar que no hay textos dramáticos per se y que la teatralidad es un logro de quienes se animan a conquistarla.
Emilio García Wehbi, Luzazul, fotos de Sebastián Arpesella y epílogo de Federico Irazábal, DocumentA/Escénica, 2014, 114 págs.
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