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El trabajo

Federico León

TEATRO

Inspirado en los talleres teatrales que viene dictando desde hace quince años, Federico León vuelve al teatro para continuar haciendo de la escena una plataforma de investigación sobre la propia práctica.

El trabajo, su última realización coproducida con Paraíso Club, un proyecto cultural comunitario y autogestivo que propicia las expresiones más innovadoras de las artes escénicas en la cartelera actual, es una indagación sobre los esquivos resortes del proceso creativo, las búsquedas multiformes y los hallazgos personalísimos, en este caso, de dos talleristas interpretados por Santiago Gobernori y Beatriz Rajland, y los de su maestro, el propio León en el rol de Matías.

Contra la eficacia resultadista a la que suele someterse buena parte del teatro, El trabajo se da el lujo y el gusto de mostrar nada más (y nada menos) que un proceso de exploración, dejando exhibido en ese gesto lo que normalmente no se da a ver, la urdimbre de la materia con la cual las personas habitarán la escena, mucho antes de que esa trama llegue a codificarse como espectáculo.

Es por esto que León, en su triple condición de autor, actor y director, expone desde el comienzo el pacto de lectura que propone El trabajo, anunciando a los espectadores que están en el lugar en el que da sus talleres y que esa será la sustancia de la obra.

El laboratorio de puertas abiertas que conforma la ficción tendrá su correlato en la sala real del encantador espacio Zelaya cuando el personaje de Marian (Gobernori) se encargue de retirar las aberturas en pleno desarrollo de la obra, para de ese modo adelgazar la distancia entre la zona de la práctica teatral y el afuera. El jardín exterior será también sede de sucesos impactantes que no revelaremos.

La búsqueda de la verdad escénica constituyó para grandes pedagogos teatrales una obsesión constante. Paradójicamente, en pos de obtenerla, no sólo terminaron delineando prácticas artificiosas, sino que se postularon como los poseedores exclusivos del saber del que carecía el alumno. Como pedagogos embrutecedores —en términos de Rancière—, no dudaron en hacer de la instancia de la transmisión del conocimiento un ejercicio de crueldad. El trabajo de León no le escapa a este aspecto. El vínculo entre las partes puede ser luminoso y enriquecedor, pero también una operación de poder y autoritarismo. En ese cuestionamiento autorreferencial radica la verdad singular de un espectáculo que impacta, sobre todo, por la exhibición de la vulnerabilidad propia de las personas sensibles a la hora de vérselas con lo que todavía no encontraron.

Un hallazgo que la puesta introduce es la incorporación de Beatriz Rajland, una actriz de ochenta y siete años, profesora consulta de Teoría del Estado en la Universidad de Buenos Aires, que no necesita comenzar a actuar para volverse significante porque lo hace desde la distinción de su propia presencia, que se expande hasta la de su bastón. Cuando inicie la performance quedará claro cuáles son las posibilidades de un cuerpo.

En esa línea, Gobernori y León darán cuenta de que no hay otra manera de actuar que no sea exponiendo la propia intimidad. Lo que ponen en juego —y en riesgo— en la escena involucra el teatro, pero, sobre todo, compromete las vidas de quienes no dudan en sacrificar algo preciado y personal para ofrecerlo, libres de especulación, a los espectadores conmovidos.

 

El trabajo, de Federico León, dirección de Federico León, Teatro Zelaya, Buenos Aires.

 

Imagen: fotografía de Wo Portillo del Rayo.

26 Jun, 2025
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