Quienes hayan seguido la trayectoria artística de Emilio García Wehbi y Maricel Álvarez podrán suponer que su Orlando. Una ucronía disfórica parte del texto de Virginia Woolf, nunca para transponerlo sino para reescribirlo. Y no estarán equivocados. Lejos de ser este un ademán presuntuoso, lo que trae aparejado es la voluntad de hacerle decir al texto de partida aquello que tal vez no imaginaba que podía decir, no en escena, al menos. ¿Qué sentido tendría vérselas con un clásico si no es para iluminar aspectos irresueltos de nuestra contemporaneidad? De esto sabe la sociedad Álvarez-Wehbi. Ya lo probaron en Hécuba o el gineceo canino, donde la letra de Eurípides era apenas un destello que cedía el paso a la pregunta por el estatuto de las mujeres en una sociedad falocrática, el del público burgués en el teatro o el de la militancia en los años setenta.
Este Orlando traza su propia distancia del personaje de Woolf imprimiéndole la huella amarga del desencanto. El ojo que todo lo ha visto a lo largo de cinco siglos de historia no puede sino ratificar que el hombre es lobo del hombre (y de la mujer), que no hay documento de cultura que no sea al mismo tiempo documento de barbarie, que el búho de Minerva alza el vuelo cuando ya es tarde. La obra se propone como un ejercicio del pensamiento que encuentra su forma en la cita filosófica, teatral, literaria, pictórica, fotográfica, musical a través de los monólogos alternados de Orlando (Maricel Álvarez), el biógrafo (García Wehbi) y el ex poeta (Horacio Marassi); del Cuarteto de Cuerdas de la UNTREF; de las proyecciones y fotografías de Nora Lezano que consiguen volver a Orlando la Venus en el espejo de Velázquez, la Ofelia de John Everett Milles o el Marat de Jacques-Louis David.
La ucronía disfórica dirigida por García Wehbi hace de su Orlando siglo XXI un cíborg, un organismo híbrido, una criatura de ficción que abarca nuestra realidad social y corporal, en palabras de Donna Haraway. El cíborg supera los dualismos herederos de la filosofía moderna, los de la distinción masculino-femenino, y en la disolución de esos límites diseña su propia política porque la lucha política consiste, precisamente, en poder ver desde las dos perspectivas a la vez. La puesta encuentra en Maricel Álvarez a su protagonista perfecta. No es sencillo volver actuación el corpus de tesis y teorías que edifican la obra. Y sin embargo la actriz lo consigue, en una combinación que le añade a lo rotundo de su presencia escénica (vestida inteligentemente por Martín Churba) un modo de decir, de modular la voz, de proyectarla, que logra la atención ininterrumpida para la serie conceptual allí desplegada. Horacio Marassi, en su rol de bufón y maestro de ceremonias devaluado, denuncia la locura del mundo en camiseta. En la celeste y blanca, la 10, la de la Selección. Entonces, mientras el biógrafo que interpreta Wehbi mira desde las alturas, podemos nosotros preguntarnos por la parte que nos toca como habitantes de esta nación.
Orlando. Una ucronía disfórica, dirección de Emilio García Wehbi, Teatro San Martín, Buenos Aires.
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