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Por la autobiografía artística de Stanislavski Mi vida en el arte, se sabe que Chéjov luchaba con denuedo contra la instalada interpretación de sus textos a partir del famoso “tedio chejoviano”. Una cosa es que se aburran los personajes y otra muy diferente que lo hagan actores y público. La puesta de Guillermo Cacace radicaliza la embestida contra ese modo de leer y hacer el teatro de Chéjov. El desplazamiento de los actores —todos visibles de manera casi permanente— por el escenario y el espacio de la platea de la sala Casacuberta apuntala el ritmo vibrante y sostenido de sus interacciones. Desde el comienzo tres músicos se mezclan con los actores y alzan el espíritu ruso con sus incursiones instrumentales y las bellas canciones interpretadas en su lengua original, que se entreveran con la acción y, en algunos momentos, imponen distanciamiento.
Platónov es el primer texto teatral escrito por Chéjov en su juventud, una pieza gigantesca y fragmentaria, que no fue llevada a escena en vida del autor y fue encontrada muchos años después de su muerte. En su sinuosa construcción se atisba la fuerza de lo que vendría: acción dramática indirecta, personajes cuyo presente es sofocado por el peso del pasado o del futuro, potencia lírica de los silencios y los monólogos, una aristocracia que cimbrea para no desintegrarse en el sinsentido, una burguesía comercial pragmática y codiciosa en ascenso, la temprana postulación en drama de varios de los problemas clave de la modernidad. Mijaíl Platónov es un donjuán brillante, provocador y atribulado, casado con Sasha, a quien menosprecia. Seduce a Ana Petrovna, viuda todavía joven, dueña de las tierras y la casa en la que se desarrolla la pieza; también a Sofía, esposa del hijastro de Ana, e incluso a una tercera mujer, Grékova. Las propiedades de Ana son acechadas por deudas y pagarés que el viscoso Vengueróvich se va a ocupar de hacer valer.
Además de un notable trabajo de reescritura de una trama dilatada, la versión de Cacace y Fernández realiza intervenciones que extrañan, en el comienzo, el relato: el primer tramo resulta áspero, difícil de seguir. A partir del segundo acto el drama se va componiendo; el crescendo trágico toma fuerza en los últimos dos, impulsado por la arbitrariedad histérica y el desenfreno del protagonista (formidable, poderosa actuación de Marcelo Subiotto) y por el grupo de personajes centrales (extraordinarios trabajos de Lorena Vega, Javier Lorenzo, Iván Moschner, Laura Nevole, María Inés Sancerni y todo el elenco). El vodka circula en la ficción y el afinadísimo conjunto de actores saca máximo provecho de la embriaguez y de las tortuosas intrigas. La dirección de Cacace y el planteo escenográfico configuran lo que se podría definir como una puesta brechtiana o, como sostiene el director desde el programa, en “eterno ensayo”, dada la exposición del dispositivo escénico (andamios sobre y debajo del escenario, parrilla de luces, foro abierto); sólo sillas de diferentes estilos y alfombras bastan como elementos escenográficos. Compuesto por ropa deportiva actual, puntualmente marca Adidas, combinada con accesorios que remiten a Rusia y su frío, el vestuario irradia sentidos no tan nítidos, acaso la mezcla de mundos, la nivelación de los parias del presente, capturados por el fetichismo de la marca y la mercancía, y los de Chéjov.
Los sin padres había llamado Chéjov a esta obra (Platónov fue el título con el que se editó póstumamente), apoyando cierto diálogo y ajuste de cuentas con Hamlet que por momentos la atraviesa (“Hamlet temía a los sueños, yo le temo a la vida”, dice Platónov). A pesar de sus diferencias de clase y de aspiraciones, estas criaturas ruso-argentinas no dejan de igualarse en su condición de huérfanos, parias del sentido que, a los tumbos, se desean, se buscan, se despojan y se hostigan entre sí hasta el final.
Parias, basada en Platónov de Antón Chéjov, dramaturgia de Guillermo Cacace y Juan Ignacio Fernández, dirección de Guillermo Cacace, Teatro General San Martín, Buenos Aires.
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