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El descenso

Anna Kavan

OTRAS LITERATURAS

Anna Kavan fue primero Helen Ferguson, una escritora de novelas rosas sobre la vida de los ricos en Gran Bretaña. Para cuando su estilo se tornó oscuro y experimental, su derrotero biográfico ya estaba cargado de hitos y accidentes: dos maridos, un hijo muerto en la Segunda Guerra Mundial, tres intentos de suicidio, incontables estancias en hospitales psiquiátricos, una adicción a la heroína que la custodió hasta su muerte en 1968. Había nacido en Cannes en 1901 —la fecha no está confirmada—, en el seno de una familia acomodada inglesa, y vivido en una decena de lugares distintos, desde Nueva York hasta Birmania. En un ejercicio centrípeto de metaliteratura, hacia la década del cuarenta adoptó legalmente el nombre de uno de sus personajes. El descenso, editado originalmente en 1940 y ahora relanzado en español por Navona, es el primer libro que publicó como Anna Kavan.

Las razones de su viraje literario no están del todo claras. Se habla del influjo de la locura, la droga, la depresión y la violencia global de la primera mitad del siglo XX. Brian Aldiss, novelista amigo, declaró alguna vez que la escritura de Kavan empezó a mutar cuando conoció la obra de cierto escritor judío y praguense. Kavan, Kafka: la tentación de hacer crítica nominal a veces es demasiado grande.

Es verdad que la atmósfera kafkiana se cuela por las páginas de este libro, al menos en sus primeros relatos: “La marca de nacimiento”, el desesperante y perfecto “Ascendiendo al mundo”. Sin embargo, cuando la prosa de Kavan alcanza su velocidad crucero, se instala un abanico de matices propios y ya no tan reconocibles. El corazón de estos cuentos es menos la opresión, el aplastamiento del individuo a manos de un poder abstruso e inmisericorde, que una paranoia limpiamente autobiográfica, fabricada por la narradora y ofrecida sin ambages al mundo exterior. Un “inútil suspense” que percude por goteo y va sembrando demencia a medida que puebla el mundo de mozos que vigilan desde las sombras de los salones y terapeutas que comparten rasgos con asesinos seriales.

Quizás el texto más reposado sea, por más extraño que parezca, el que da título al libro. En él, Kavan pasa revista a las existencias desoladas de los pacientes de un manicomio. Son apenas viñetas escritas con espíritu clásico y una tristeza sin remedio. El encierro es el estadio último, más allá de él no hay nada. “Ahora mismo me parece que me he pasado toda la vida en esta habitación estrecha cuyas paredes seguirán observándome en secreto durante interminables existencias”, se lamenta la autora en un relato posterior. “¿Es la vida, entonces, o es la muerte la que se prolonga como un arroyo incoloro detrás y delante de mí?”.

Traducido con homogeneidad y empatía por Ainize Salaberri, El descenso muestra a una escritora que supo aplicar al género breve la profundidad abismal de los mejores diarios íntimos. En esa dosificación contenida, sin artificios ni estridencias, se resume la singularidad de una forma que no le debe nada a nadie, por más consonantes que disparen alarmas e impongan caminos de lectura.

 

Ana Kavan, El descenso, traducción de Ainize Salaberri, Navona, 2019, 192 págs.

7 Nov, 2019
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