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El africano

J.M.G. Le Clézio

OTRAS LITERATURAS

Jean-Marie Gustave Le Clézio nunca ocultó que la inspiración esencial de sus novelas de aventuras era su propia trashumancia. Décadas de trajinar el globo: de Francia a Nigeria, y de ahí a México y Estados Unidos, pasando por estadías con los indios en Panamá y su todavía vigente matrimonio con una mujer saharaui. Lo que El africano, estrenado en 2004 y reeditado una decena de veces, terminó de asentar fue que esa trashumancia se refrendaba en una extranjería tan vital como adquirida.

El africano de este fugaz libro de memorias ni siquiera es Le Clézio mismo —o a lo sumo lo es recién en una segunda y muy desvaída instancia, como una forma nebulosa en un espejo opaco, imagen de bordes intuidos que habita la primera línea: “Tengo algunas cosas que decir del rostro que recibí al nacer”—, sino el africano que su progenitor fue por experiencia incluso con más intensidad que por nacimiento. Bretón de Isla Mauricio, Le Clézio padre ejerció como médico de enfermedades tropicales e hizo una práctica en Guyana antes de recalar en Banso y Ogoja. Durante la Segunda Guerra Mundial, cruzó el desierto hasta Argelia para intentar reunirse con su mujer e hijos, acto de heroísmo sin énfasis que el autor de La guerra contrasta con una personalidad ardua de descular, caracterizada por las reprimendas y la atmósfera constante de malhumor antes que por las muestras de cariño.

Hay dos padres, dice Le Clézio: a ambos los modeló África. El primero es anterior al nacimiento de los hijos, ajeno a los clichés de los colonos que buscaban imponer sus costumbres en tierra roja, se aislaban en las plantaciones y repudiaban el exterior múltiple e impetuoso que los cercaba; ese hombre acababa de conocer a una mujer y participaba sin ironía de las tradiciones y las ceremonias de un país rítmico, fuerte hasta la ingenuidad. El segundo padre es el que volvió a Niza quebrado por la violencia que décadas después eclosionaría en las matanzas de Biafra. Para entonces ya era un médico retirado, sin África y a la vez hundido por África, al que los cables sobre la represión y la insurgencia le llegaban como desde lejos.

“Los africanos tienen la costumbre de decir que los humanos no nacen el día que salen del vientre de la madre, sino en el lugar y el instante en el que son concebidos”, cuenta Le Clézio. “Yo no sé nada de mi nacimiento, lo que creo es el caso de todos. Pero si entro en mí mismo, si miro hacia el interior, percibo esa fuerza, ese hormiguear de energía, la sopa de moléculas listas para ensamblarse y formar un cuerpo”. La prosa de El africano trepa con la misma celeridad que aplica una termitera para reconstruirse tras una ronda de pedradas. Le Clézio delineó su autobiografía prenatal sin apelar al disimulo, enmendando un tejido cuyas cicatrices jamás serán un indicio de piel nueva, pero tampoco la desmentida silenciosa del desgarro.

J.M.G. Le Clézio, El africano, traducción de Juana Bignozzi, Adriana Hidalgo, 2024, 104 págs.

10 Oct, 2024
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