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La promesa

Elián Pittaro

ARTE

En el centro de la galería, sobre un pedestal de madera, yace una única pieza. Ahí empieza y termina la muestra. Y sin embargo, el visitante puede pasar largo tiempo estudiándola o investigándola, porque la obra (aun siendo una maqueta: una miniatura) es un objeto descomunal.

Se trata de la representación a escala 1:50 de una fábrica abandonada, donde en su momento funcionaba la jabonera Solmar. Todavía existe en el barrio de Villa Madero, La Matanza. 

¿Por qué resulta tan cautivante este objeto? ¿Será su tamaño, la técnica, el grado de obsesión reconcentrada que le adivinamos por detrás? ¿O las capas de realidad que fustigaron al referente, ese bestial edificio que atravesó tantos años de historia argentina? Por lo pronto, nos hace una bella invitación a los espectadores: la de regresar por un rato a la niñez y dedicarse a buscar tesoros en un barco hundido. Como la galería abre sus puertas a las seis de la tarde, cuando ya anocheció, el visitante se ve obligado a iluminar personalmente cada sector de la maqueta que desee espiar. Así, es probable que se le arme una sonrisa infantil mientras va descubriendo el variopinto contenido de las salas: un auto desguazado, mampostería rota, una pintada que dice “Chicagón”, detritos varios, cañerías, azulejos, sillas sucias y apiladas, un charco deforme de algo que mejor no preguntar, deslumbrantes grafitis, boquetes, una pintada que dice “Ángel corré te vamos a matar”, otra que dice “Los estamos filmando”. Uno debe agacharse, aguzar la vista, estirar el cogote. Por desgracia no podemos arrancarnos un ojo y hacerlo pasear por las salas. De fondo, un runrún industrial suena solapado con algún absurdo discurso de campaña política. Sigamos mirando: hiedra creciendo entre junturas, los restos de un asado (parrilla incluida), las enormes cisternas que habrán servido para cocinar jabón, tanques de agua, basura. Todo es falso y en todo creemos. 

Pero este juguete para adultos, además de divertirnos, hace algo más. Actúa en nosotros. Nos lleva a las casas de muñecas por el encanto y la maravilla que provoca reconocer cada cosa, sólo que aquí esa ternura propia de la miniatura se trenza en una incómoda lucha con la desazón, nada graciosa, de estar en presencia de una desdicha real, la de una fábrica que en sus tiempos de esplendor habrá producido jabones y convocado esperanzas y sido el sustento de muchas familias, hasta que llegó la debacle. Experimentamos al unísono los muchos e intrincados factores socioeconómicos que convergen en la destrucción de ese sueño.

Quizá, por el efecto que provoca el cambio de escala, alguno pueda pensar en la muestra de Ron Mueck en Fundación Proa unos años atrás. Pero en La promesa (título irónico, que podemos completar con algún adjetivo deceptivo) los humanos brillan por su ausencia. No quedan más que sus huellas: primero, la del afán optimista y pujante que los llevó a levantar semejante edificio; luego, la de los usos secundarios que le dieron al espacio una vez abandonado. En el medio, la descorazonadora elipsis: un proyecto que naufragó, un país que no despegó, la suerte que no acompañó. La fábrica es víctima y es símbolo. 

A la vez, si uno permanece frente a ella el tiempo suficiente, es difícil que la maqueta no adquiera cualidades de espejo. Lo político pasa entonces a un segundo plano y la obra se vuelve íntima, privada, paisaje interior. Porque ¿quién de nosotros no identifica, en algún rincón mal ventilado de su ser, charcos, cañerías, sillas apiladas, vidrios rotos? ¿Y quién no revisita cada tanto su pasado con la impresión de haber sido, para bien o para mal, una joven promesa?

Elián Pittaro, La promesa, curaduría de Mariana Quiroga, El Local, Buenos Aires, 5 de julio – 16 de agosto de 2025.

31 Jul, 2025
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