Inicio » CINE y TV » La casa
CINE y TV

El trabajo documental de Bettina Perut e Iván Osnovikoff, aunque muy heterogéneo, se ha caracterizado por enfatizar el mundo exterior —el del paisaje, los animales y los fenómenos naturales— en tensión con el mundo interior. Pensemos, por ejemplo, en las casas de las comunidades aymara en el desierto de Atacama en Surire (2015) o los mandriles en el zoológico de Santiago de Noticias (2010). El estilo observacional de los directores se resuelve en panorámicas de paisajes, largas secuencias sobre ciclos naturales, primeros planos de fenómenos biológicos o geológicos, y tomas microscópicas en las que se borra la línea entre la realidad y la abstracción, en diálogo con el cine experimental.   

Estos elementos aparecen de modo bastante novedoso en La casa. Como el título anticipa, la película va sobre una casa, pero no cualquiera, sino una vivienda espaciosa, moderna y cuidadosamente decorada en la cual lo artificial y lo natural se unen armónicamente, al modo de los diseños del arquitecto Frank Lloyd Wright. Además, sucede que es la casa de la pareja de documentalistas y sus perras, por ende, una puerta a la vida material y canina de sus dueños. Sin embargo, el protagonismo no recae en la pareja de cineastas (quienes apenas aparecen), sino en las perras Chola y Chiqui —la primera, protagonista ya de Los Reyes (2018), el inolvidable documental sobre dos perros callejeros en un parque urbano en Santiago—. En La casa las vemos merodear, jugar, perseguir, cazar, rezongar, dormir, en especial a la Chiqui, quien suele meterse en problemas al comer cosas que no le corresponden o destruir partes de la casa. Al captar a las perras, la cámara también da cuenta del privado ecosistema de la residencia, en donde la naturaleza emerge paisajística y controlada —casi la única excepción sería el colibrí que repetidamente se golpea contra una ventana—.  

En estas secuencias de interiores y exteriores hay escasa presencia humana y cuando la hay, aparenta ser incidental. Incluso los ángulos de cámara simulan una perspectiva no humana y los créditos de la película incluyen las hormigas, los pajaritos, hasta la casa antes que a personas. Aun así, las pocas imágenes o sonidos de personas trabajando que vemos en el documental (la cocinera, la cuidadora de los perros, los jardineros y obreros, los porteros del condominio) apuntan a una realidad que, por muy silenciosa, invisible o secundaria que parezca, es el verdadero sostén de ese ecosistema creado para el goce doméstico.  

De ahí que el documental no sea sólo sobre la casa, sino también sobre la vida en estas urbanizaciones privadas habitadas por la clase alta. Esto no aparece visualmente, sino a través del sonido —un aspecto clave de la estética de Perut y Osnovikoff—. No vemos a los propietarios y trabajadores del condominio o de la casa, pero sí los escuchamos. Se trata de mensajes de audio, probablemente de WhatsApp, sobre distintos temas relacionados con la vida del condominio y que reflejan visiones de mundo divergentes: perros sin correa que muerden, propietarios que no pagan los gastos comunes y entran clandestinamente al condominio, cámaras de vigilancia que no funcionan, robos y otros asuntos que develan el clasismo, la paranoia y la ilusión de acoso de una sociedad en la cual la propiedad privada y el individualismo son valores predominantes en conflicto con formas más cooperativas de interacción. Destaca el caso de la joven mujer que cuida la casa de los cineastas, quien en un momento de absoluto descuido estrella el auto de los dueños contra una cañería de gas vecina, sin permiso, sin licencia y con alcohol en el cuerpo. La explosión del auto y la detención de la joven aportan un fuerte dramatismo, aun si sólo figuran en un breve mensaje de voz.  

Estos montajes sonoros existen en el documental en forma paralela a las imágenes de habitaciones y jardines, en apariencia totalmente desconectados de ellas. Sin embargo, a través de esta disonancia se hace una lectura crítica del microcosmos que representa un condominio. La apropiación de mensajes privados sobre temas públicos o domésticos intercambiados en redes sociales, pero no creados inicialmente para formar parte de una película, es expresión de la estética documedial de La casa, un gesto que también se puede apreciar en los videos apropiados de redes sociales que conforman El que baila pasa (2023) de Carlos Araya Díaz.  Como esa película, La casa contiene numerosos audios relativos al estallido social, mensajes de voz que expresan preocupación, pero sobre todo rechazo a la revuelta desde una perspectiva de propietarios de clase alta. Uno de los montajes más interesantes en esta línea lo vemos en las imágenes de hormigas trabajando sobre un tronco mientras escuchamos: “En la periferia los saqueos no han parado… Tienen la fantasía de una revolución cubana… jamás van a poder ejercer el poder, ¿cachai?”; “Te lo voy a decir brutalmente: o se pliegan al juego democrático o si no vamos a meter bala nomás… Hay una violencia legítima, que es la del Estado. Punto. Y hay que ejercerla”. Estos mensajes de voz indican que estamos frente a un realismo cringe, en el cual el archivo de la realidad política vista a través de redes sociales nos produce una vergüenza ajena que se alimenta también de la incertidumbre frente a un futuro de crisis cada vez más profundas.  

Todos estos elementos le otorgan una dimensión profundamente política al documental. Bajo la apariencia naturalista de una película sobre la clase alta y la vida de condominio, Perut y Osnovikoff transforman la casa en una alegoría de la historia reciente y de la lucha de clases. A través de la casa, escuchamos el estallido social, la asamblea constituyente que le siguió, su fracaso en el plebiscito y finalmente el inicio de un nuevo proceso constitucional, mientras el ciclo de las estaciones —primavera, verano, otoño e invierno— marca el paso del tiempo entre 2019 y 2020, que incluye la pandemia de covid-19. Por muy distante que parezca la realidad de los cineastas y de los habitantes de este condominio, La casa es un registro sonoro y doméstico que muestra que, en lo esencial, se trata de la misma realidad que vivimos casi todos, sometidos en una sociedad profundamente controladora, estratificada y violenta. 

 

La casa (Chile/Alemania, 2023), dirección de Bettina Perut e Iván Osnovikoff, 72 minutos, disponible en www.perutosnovikoff.com. 

  

25 Dic, 2025
  • 0

    Frankenstein

    Guillermo del Toro

    Santiago Martínez Cartier
    25 Dic

    “Vi a un pálido estudiante de artes impías arrodillado junto a la cosa que había ensamblado”, narró Mary Shelley al recordar cómo surgió la imagen que luego...

  • 0

    Un simple accidente

    Jafar Panahi

    Santiago Pérez Wicht
    25 Dic

    Imagina secuestrar a tu torturador, meterlo en una caja de herramientas en la parte trasera de tu furgoneta y conducir por Teherán intentando decidir qué hacer con...

  • 0

    Recordá esto

    Matías Capelli

    Patricio Pina
    11 Dic

    Un travelling fluvial devela las estructuras verticales de los rascacielos en la lejanía. Más rústicas e informes, las construcciones habituales de una ribera urbana, sumadas a las...

  • Send this to friend