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Comerme los ojos de los otros

Mauro Guzmán

ARTE

Dos amigos se ajustan los chupines y salen a la calle en busca de algo memorable. Las expectativas crecen a la par del silencio que genera el maquinar de sus cabezas. Suben al taxi que los llevará a la fiesta Plop donde conocerán a Naomi Small, participante de RuPaul’s Drag Race, un reality estadounidense en el que trece chicos compiten para ser la mejor drag queen. El personaje de Small está inspirado en Naomi Campbell y en la superficie que deja ver el mundo de la moda. Los chicos tratan de imaginar la peluca que usará, si habrá buena música en la fiesta, si podrán sacarse fotos con Naomi y si podrán robarle cerveza a algún personaje de la noche.

El protocolo de la extensa fila más el cacheo de los guardias de seguridad funcionan como antesala de la inmersión. La fiesta es un gran pantano de efectos sensoriales y acumulación de piernas largas. Los dos amigos son conscientes de las múltiples voces que se tapan unas a otras en la fiesta y deciden volver al silencio. Prefieren sonreír o generar alguna provocación inocente con algunos chicos que están bailando cerca. Un mecanismo para hacer la espera menos densa; la espera o la fiesta que en realidad opera como pretexto-ficción para observar a la celebridad queer. Después de muchos pasos de baile y cigarrillos, Naomi Small aparece.

Comerme los ojos de los otros es la exhibición de Mauro Guzmán en Henrique Faria, galería ubicada en Recoleta. Otro lugar parecido a un pantano, solo que esta vez el pantano no es una consecuencia de la situación comunicacional que provoca una celebración, sino una puesta en escena para organizar las obras dentro de un relato. El tan famoso “cubo blanco” que constituye la galería funciona como un villano repleto de carisma, mueve cada una de las obras y las acomoda como si fueran piezas de un juego de mesa antiguo, olvidado en algún cajón lleno de polvo. Cada objeto de la sala respira como si fuera un animal repleto de espesura queer y alegorías del cine Z, aunque por su estridente obediencia para con el espacio termina anestesiado y fatigado.

A Mauro Guzmán siempre le interesó el travestismo, la idea de ser una representación distorsionada de un otro que pudiera coquetear consigo mismo, o que pudiera ser estudiado en una sesión propedéutica. Sus fotografías impresas en mala calidad, las pelucas y sus uñas puntiagudas construyen una sombra de su ego que se vuelve materia artística y se disuelve rápido entre tantas referencias implícitas que comprometen el erotismo con el que se inician sus imágenes. Es difícil dar cuenta de la génesis de cada obra y de las referencias que la atraviesan. El porno-berreta que Guzmán propone en uno de los videos de la exhibición se pasa de infantil y se extiende demasiado en un personaje que bordea el esoterismo típico de un chico que se está investigando a sí mismo y los lugares de enunciación que pueda proponer su cuerpo. De su cuerpo deriva la imagen fotográfica, la imagen en movimiento, ciertos objetos preciosistas que funcionan de manera hermética, se carcomen a sí mismos y no llegan a contarnos mucho.

Comerme los ojos de los otros tiene un punto memorable entre tantas imágenes fetichistas: un video llamado “Dios Ano”, que propone una ilusión óptica entre una boca comiendo un carozo y un ano que se expande. El momento en que la imagen se tuerce un poco para dar cuenta de su carácter mentiroso sirve como refresco ante tantos estatutos de verdad que se ven en el resto de las obras.

La noche se termina y así la paciencia, el show de Naomi Small no dejó mucho lugar al asombro ni a lo memorable. Un playback de mala calidad sobre una canción que nada tenía que ver con ella convierte la magia de la trasformación en una formula explícita, una formula parecida a la de Mauro Guzmán. Todos los ingredientes conocidos para desarrollar la épica gay. Es curioso que ambos performers no piensen en otras resoluciones para con los elementos que se agotaron de relatar siempre la misma historia de la cultura homosexual. Es problemático cuando las imágenes pretenden más de lo pueden tensionar. ¿Será el transformismo una cristalización de sentido más que una apertura? Los chicos siguen caminando, deciden pasar por un local de comida, los chupines ya no están tan ajustados. El frío cobra protagonismo en una noche que no tiene nada de especial.

 

Mauro Guzmán, Comerme los ojos de los otros, Henrique Faria, Buenos Aires, 5 de abril – 10 de mayo de 2017.

18 May, 2017
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