Este libro de cuentos comienza con un árbol y termina con una flor. Entre un momento y otro se va generando una maraña de referencias vegetales que va constituyendo, a medida que avanzan las páginas, un auténtico correlato poético. Por un lado, porque la poesía está en el procedimiento de composición, tanto de las frases como de las imágenes: la voluntad de describir con tesón microscópico rostros, espacios, objetos, plantas, como si el realismo tuviera como objetivo el agotamiento de su propia materia, su cerco de cerca. Por el otro lado, porque lo que importa, al fin y al cabo, no son tanto las historias de migrantes, exiliados, familias rotas, mujeres perdidas, reconstrucciones imposibles, como el paisaje. Un paisaje de antaño. Un paisaje más natural que artificial, casi telúrico, que se vincula con la infancia (explícitamente en el último texto, “Persistencia de la acacia ”) o simplemente con el pasado, cuando Venezuela era una red de carreteras y de pistas forestales, cuando la desigualdad no había tomado conciencia populista de sí misma, cuando se podía viajar por el país sin miedo al asalto, cuando no existían las fronteras y los límites de ahora.
La sombra inmóvil, con sus historias superpobladas de personajes, a menudo narradas cinematográficamente a través del contrapunto; con su constante escapismo hacia los Estados Unidos (hasta el punto de que su paisaje, vastamente explorado, descrito y nombrado a copia de topónimos, se superpone al venezolano, como si lo complementara o lo refutara); con su compleja elaboración de dos planos o dimensiones, la de lo informal o salvaje (los cuerpos del vertedero, los cadáveres anónimos, el accidente, la bala perdida) y la de lo idealizado o doméstico (la amada difunta, las estructuras petroleras, los destinos cruzados), es un libro que mira, en su prosa proustiana y en sus temas nostálgicos, hacia un pasado que ya no existe. Se puede leer como un gesto político: como si sólo en la Venezuela anterior a Chávez el país pudiera encontrar una zona común. O como una confesión: es difícil, si no imposible, pensar en un futuro conciliador.
Antonio López Ortega, La sombra inmóvil, Planeta – Pre-textos, 2013, 328 págs.
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