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On Kawara era un artista preciso, disciplinado y de sobria elegancia. Su tema era el tiempo y su unidad de tiempo, el día. La muestra On Kawara – Silence —que él mismo ayudó a organizar antes de su muerte— se compone de doce secciones que imitan el calendario gregoriano y transforman la rampa espiralada del Guggenheim de Nueva York en un recorrido por la vida del artista a lo largo de cuarenta y ocho años de obras.
On Kawara nació en Japón en 1932 y pasó allí los años de la Segunda Guerra Mundial. Sus pinturas sobre el horror lo hicieron instantáneamente famoso, pero la fama lo aterró y prefirió destruir esa serie. Viajó a formarse a México, pasó por París y, a finales del 64, desembarcó en Nueva York. Comenzó entonces a trabajar con la idea del tiempo en una ciudad que se jacta de que el tiempo no alcanza.
El 4 de enero de 1966, On Kawara pintó la fecha del día contra un fondo uniforme azul. Ese fue el comienzo de sus date paintings, una serie que continuó con asombrosa constancia hasta 2013. Casi todos los días hacía una pintura, a veces dos, a veces tres. Lo reiterativo y el estado de absorción aparecen en la sección “Everyday Meditation”, que da cuenta de más de noventa de sus icónicas pinturas. Las exhibía de maneras distintas: en “Sundays”, por ejemplo, incluye solo domingos, y en “Pure Consciousness” quedan a la vista de niños de entre cuatro y seis años dentro de jardines de infantes. Cuando las pinturas no estaban exhibidas, se guardaban en unas modestas cajitas de cartón revestidas con un recorte del periódico del día: una noticia de los acontecimientos más importantes, obituarios, una nota de color o una fotografía.
On Kawara era además un archivista de sí mismo. En la sección “Self-Observation: 12 Years”, se presentan tres trabajos en los que el artista registra meticulosamente información personal. Dispuesta en una vitrina de plexiglás, que deja ver de un lado la combinación de imágenes y del otro la repetición del gesto, se expone I Got Up, una serie de postales que On Kawara enviaba con el horario en que se había despertado impreso con un sello. Por ejemplo, la del 10 de octubre de 1978: “I GOT UP AT 9.51 AM”. (Mientras las miraba, no pude ocultar mi sorpresa al ver que el artista no mantenía una rutina con sus horas de sueño. Me lo imaginé puntual como Kant en sus caminatas). Otra serie, I Went, la más situacionista, nos informa de sus movimientos por la ciudad con color rojo sobre mapas fotocopiados. En I Met, lista los nombres de las personas con las que se encontró cada día. Estas dos últimas series se presentan en volúmenes finamente encuadernados, parecidos a grises legajos contables.
“I am still alive”, les escribía a sus conocidos en telegramas. Para On Kawara estaba claro que cada día podía ser el último. Pero la convicción de que no había renunciado al mundo la enfatizaba en sus telegramas anteriores: “I am not going to commit suicide don’t worry”. Hay algo de carpe diem, de tributo al tiempo: la conciencia de que el día de hoy no volverá a repetirse.
Aunque la fascinación de On Kawara es el momento presente, una de sus obras tiende puentes hacia el pasado y hacia el futuro. Se trata de One Million Years (Past) and One Million Years (Future), la lista escrita por él mismo del millón de años venidero y del millón de años que pasó, dedicada a “all those who have lived and died”. Se completa con la lectura en voz alta de esos dos millones de anodinos números, que intentan abordar la escala temporal del universo en su imposibilidad de capturar el tiempo y su monumentalidad.
On Kawara, On Kawara – Silence, curaduría de Jeffrey Weiss y Anne Wheeler, Solomon R. Guggenheim Museum, Nueva York, 6 de febrero – 3 de mayo de 2015.
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